6 de Septiembre, 2007| Dakota

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Dakota abrió los ojos mucho antes que sonara la alarma a causa de los sollozos.

Era algo que ocurría algunas mañanas, días grises en los que, aunque el sol brillara por fuera, existían nubes en los ojos de su madre.

Generalmente lo hacía cuando creía que ni ella, ni su hermana menor Montana escuchaban: en las noches, luego de la cena, cuando se encerraba a ver la televisión, o en las mañanas, cuando la radio sonaba a todo volumen dando las noticias nacionales. Pero en días como aquel, días de aniversario, no se molestaba en ocultarlo.

Montana tenía suerte, pensaba Dakota, dormía como un tronco en la litera de arriba del camarote y nunca la despertaban los llantos. A ella en cambio no le había tocado el don del sueño profundo, al igual que a su hermana mayor, Arizona.

Dakota soltó un suspiro y se deshizo de las mantas, levantándose de un brinco, para dirigirse al calendario que pendía sobre el escritorio. Todas las mañanas tachaba con una equis la fecha en la que se encontraba, más que para tener un orden, para tener un ritual. Porque le gustaban esas cosas; la hacían sentir única, especial y como un personaje de libro.

Una vez hubo marcado con rotulador el seis de septiembre, dejó el lápiz en una de las múltiples lapiceras y se estiró como un felino, echándole un vistazo a la habitación. Estaba repleta de sus dibujos, desde la puerta hasta la pequeña ventana que daba al callejón; casi todos se entrelazaban entre sí, como si una historieta gigante fuese el papel tapiz del cuarto.

La mayoría de ellos contaban las historias que Arizona y ella habían ideado antes de que ella se fuera de casa, con el chico motociclista. Habían planeado escribir un libro, donde su hermana sería la escritora y ella sería la ilustradora gráfica, que trataba de un mundo post-apocalíptico en el que las personas se habían visto obligadas a vivir en el subterráneo. Era un sueño ambicioso para dos chiquillas de dieciséis y trece años, pero no lo era tanto cuando imaginaban las cosas que harían cuando salieran de ese agujero. De Bakley.

Por eso resultaba pena que Arizona se hubiese adelantado en irse, cuando el chico motociclista entró en la película...

—¿Está llorando otra vez?                                               

La voz de Montana la sobresaltó. Aparentemente no tenía el sueño tan profundo como Dakota pensaba.

—Es seis de septiembre—se limitó en contestar. Su hermana menor no necesitó más información para saber que era una fecha complicada. Y que también significaba que era el primer día de clases de la escuela.

—¿Qué hora es?

Dakota ojeó su reloj de pulsera. Era viejo, de plástico y con dibujos animados infantiles. Se lo había regalado Arizona cuando tenía diez años y ella se había enfadado, diciéndole que era demasiado grande para caricaturas. Fue el último regalo que le dio antes de marcharse.

—Las cinco y media.

Montana soltó un gruñido de enfado. En el fondo, se seguían escuchando los sollozos de su madre, ahogados.

—No puedo dormir una vez ya me desperté—se quejó, quitándose las mantas de encima, bajando del camarote. Al igual que Dakota era flaca como un palo y tenía el pelo de un color casi albino, que combinaba con sus ojos acuosos. Una vez sus pies tocaron el suelo, se dirigió al interruptor y dio la luz, haciendo evidente el piso alfombrado sucio y el desorden que reinaba en toda la habitación.

—Entonces hagamos panqués—sugirió la mayor. Quizá su madre estaría de mejor humor si le hacían comida y podrían entretenerse un rato, hasta que fuera hora de irse al instituto. Montana analizó la propuesta y se encogió de hombros, sabiendo que no había una mejor opción, dirigiéndose al clóset que ambas compartían—. Y báñate. No quiero que andes olorosa en tu primer día de clases.

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⏰ Last updated: Sep 19, 2018 ⏰

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La Teoría de las ManzanasWhere stories live. Discover now