—No voy a poder con esto... —susurré, había sido tan bajo que, por un segundo, creí que no me había escuchado y esperaba que así fuera. Sin embargo, inclinó su cuerpo un poco y ladeó la cabeza observándome incrédulo, demasiado sorprendido. Mordí mi labio inferior, estaba que me daba un ataque de pánico en cualquier segundo—... No me veas así, no es tu trabajo el que está en juego —espeté, odiando verlo negar con la cabeza con desaprobación. ¡Que se vaya al infierno!, pensé.

—No entiendo cómo demonios las mujeres pueden ser así de dramáticas... —vociferó. Mi boca se abrió con asombro.

—Eres despreciable... —solté, con mi lengua filosa lista para contraatacar si era necesario. Soltó una sarcástica risa y a continuación apretó un botón, llevándonos a un piso superior muy alejado de nuestro destino—... ¿qué estás haciendo? —pregunté confusa, alarmada.

Y sin verlo venir cernió nuestros, sin darme tiempo de procesar nada su boca se estampó contra la mía que, por un par de segundos, no reaccionó, y no fue hasta que sentí sus manos alrededor de mi cuerpo, mientras su lengua delineaba el contorno de mis labios que estos accionaron y se abrieron para dejarse devorar. Mis manos volaron a sus hombros, aferrándome como si de eso me dependiera la vida, me estampó contra la pared metálica y siguió besándome como si el mundo se fuera a acabar al segundo siguiente, no dejando lugar para pensar, para evaluar si era correcto, solamente permitiendo el dejarse envolver y dejarse llevar...

—Todo saldrá bien porque eres brillante, no tengas miedo, confía en ti misma, confía en tus capacidades y deja de fruncir los labios que me vuelves loco, ¡por un demonio! —dijo con dificultad, sintiendo como su respiración fuerte e inestable chocaba contra mis labios rojos e hinchados. Asentí con la cabeza, presa aun de las emociones que ese beso había dejado haciendo mella en mi caótica mente pero confortándome sin comprender cómo. Se alejó hasta la otra esquina del elevador y esta vez tocó el botón que nos llevaría a nuestro piso.

— ¡Felicidades, Harmonie! Lograste mucho más de lo que creíamos posible, sin duda alguna que he confiado en la mejor, muy por encima que eres mi sobrina —dijo mi tío, aferrándome por los hombros, con una enorme sonrisa en su rostro, arrugando sus comisuras y las esquinas de sus ojos, la emoción brillaba en sus ojos marrones.

—Muchas gracias tío, pero solo hice mi trabajo —dije, tratando de disminuir la importancia de aquella situación, que he de ser sincera, me tenía aun anonadada, incrédula... Sacudió la cabeza en una negativa y a continuación su expresión se torno seria.

—No disminuyas la significancia de tus logros, Monie. Lo que pasó en aquella sala solo demuestra que eres muy buena, eres brillante... igual que tu madre —alegó. Mis sonrisa se ensanchó, escucharlo decir aquello había cimbrado fibras dolorosas pero a la vez demasiado importantes para mí. Salimos de su oficina y afuera estaba Charles hablando con unos cuantos accionistas, lo miré de reojo, recordando cuánto me había ayudado a lograrlo... aunque no lo admití en ese entonces, su cercanía me relajaba y tranquilizaba de una forma súbita, demasiado desconcertante.

»— ¡Oh vaya! Si aquí está el artista detrás de este proyecto. Muchas felicidades muchacho, haz hecho un trabajo estupendo... —Mi tío apretó fuertemente la mano de Charles mientras lo felicitaba, y en serio que se lo merecía, había hecho un trabajo monumental.

—Ambos hicieron un trabajo estupendo Beaumont... —Un hombre moreno, alto y fornido, de pelo castaño y uno de los socios, opinó. El aludido asintió con la cabeza—... Y ni hablar de tu sobrina, es una mujer única y demasiado brillante, estuvimos a un poco de darle todas nuestras fortunas —bromeó, sonreí pero algo en la forma en que me miró no me dejó tomar aquel comentario como uno sincero, no del todo, había algo más en sus ojos... algo que no me agradó.

Contigo, nunca © [Pronto en Amazon]Where stories live. Discover now