VI

6 0 0
                                    

Otro viernes de secundaria. Roma busco a Nadine por todo el edificio, pero sin éxito, se resignó en el comedor comiendo sola en una de las enormes mesas. Milo se sentó a su lado cuando el salón se hubo llenado. El jovencito de cabello rubio y ojos celestes era tan adorable como parecía. A pesar de haber entrado a la escuela un año atrás, se había convertido en un buen amigo de Roma y se reunían de vez en cuando en el parque Winston. El padre de Milo era psiquiatra y su madre era ama de casa.

Después de terminada la hora del descanso cada uno volvió a su clase. En la de Roma, biología tomo I, estaban viendo las enfermedades mentales como el Alzheimer. Desde chica quiso estudiar medicina, estaba profundamente interesada en los fenómenos del cuerpo y la mente, como funcionaba cada una de nuestras partes y como si fallaba una todo lo demás fallaba en consecuencia. Nadie en su familia era médico, por eso quería ser la primera en la familia tanto Jones como Dysart.

A la hora de volver a casa, una cuadra antes, vio el auto negro estacionado frente a una de las casas de la calle. La curiosidad la invadió y quiso sacarse la duda que la atormentaba hacía mucho tiempo ya. Cruzó la calle corriendo y se detuvo en la ventanilla de dicho auto. Se le dificulto la vista por los vidrios pero pudo distinguir que nadie se encontraba en el interior, y lucía como un vehículo común y corriente por dentro. Deseó poder quedarse más tiempo a observar quien era el dueño, pero después de unos minutos sin resultado resolvió marcharse, su madre se podría preocupar.

En su casa estaba su padre mirando la televisión, Roma se sentó a su lado y Ricky giró su cabeza inmediatamente después de apagar el artefacto enfrente, supuso que su hija quería tener una conversación. Roma le preguntó a su padre cuando visitarían Escocia, y él le respondió que sería pronto, y que no le diga a Mérida porque se trataba de una sorpresa. Ya que estaban hablando, Roma le preguntó sobre el famoso auto negro bien lustrado. Ricky se puso a pensar quien de los vecinos poseía dicho objeto, pero sin resultado le respondió que no tenía idea. Roma comenzó, de repente a escuchar la voz peculiar de un niño. Una voz tan familiar pero tan lejana a la vez venía desde su habitación. Stanley se encontraba en su ventana sentando. Roma lo invitó a pasar y le preguntó por Penny a lo que él respondió que se encontraba en cama con un resfrío, ella se lo pudo imaginar, el invierno en ese pequeño pueblo era demasiado duro.

Stanley contempló la habitación de Roma por unos minutos, paseo sus dedos por los estantes y los libros de su biblioteca. Le llamó la atención la cantidad de ejemplares que la joven de corta edad poseía. Había muchos poemas y la saga de Harry Potter completa. Levantó la cabeza y se topó con el techo negro con pintitas blancas simulando estrellas. En su mesita de noche se encontraba un marco con una foto de Roma y otro niño de cabello marrón.

― ¿Este es Connor? ―le preguntó mientras señalaba el portarretrato.

Roma indagó en su mente profundamente tratando de encontrar en que momento le había comentado a Stanley sobre su mejor amigo Connor, pero pensó que quizá lo había olvidado.

―El mismo. Le caerías muy bien si estuviese aquí, podríamos ir juntos al parque Winston. ―dijo Roma con una pizca de melancolía en su voz, de verdad le hubiese encantado estar con Connor.

―Ni lo dudo. Puedo ver en sus ojos que era un buen chico.

Fue suficiente para hacer a Roma sonreír, aunque todavía tenía la duda sobre cuando le había hablado a Stanley de Connor y su muerte. Le restó importancia cuando Stanley encontró uno de sus juegos de mesa preferidos. Los dos se abalanzaron en la cama y pusieron al tablero entre medio, Roma no conocía una mejor forma de pasar la tarde.

Después de estar prácticamente una hora jugando, Roma escuchó la voz de su padre llamándola a comer. Invitó a Stanley a bajar, y el niño, ya sin ninguna excusa aceptó su invitación cordialmente.

Los dos bajaron las escaleras saltando e ingresaron al comedor en donde la mesa ya estaba puesta para tres. Roma buscó en la cocina la vajilla para otro invitado más.

Mérida ingresó al comedor con la bandeja de comida en manos y la colocó en medio de la mesa. Roma, desde uno de los lados le presentó a Stanley, su nuevo amigo que se quedaba a cenar esa noche en la calle Mylton. Tanto Mérida como Ricky siempre supieron que Roma era una niña más que saludable y normal. Siempre había jugado de pequeña con Nadine, y aunque a veces podía ser un poco solitaria nunca borraba su característica sonrisa de su cara. Incluso cuando ingreso a la preparatoria, y a pesar de no tener un grupo de amigos tan grande, ella se veía feliz y sonriente. Ayudaba a sus padres en los quehaceres y sus calificaciones eran más que excelentes, nunca había dado ninguna señal de problemas. Mérida recordaba los tiempos en los que Roma, con seis años, hacía enormes berrinches y gritaba sin motivo, la hizo pensar unas cuantas veces que de grande sería un dolor de cabeza, pero se dio cuenta con el tiempo que esa era una hipótesis completamente errónea. Siempre se divirtió con las pequeñas cosas a su alrededor y nunca fue de pedir demasiado. Sus amigas con niños pequeños le habían comentado a Mérida que sus hijos habían pasado por esa situación de pequeños, pero Roma nunca había tenido un amigo imaginario hasta ese día, cuando presento a un niño llamado Stanley que tomaba asiento a su lado, siendo que lo único que Mérida y Ricky veían era una silla que se encontraba completamente vacía.

Todos los caminos conducen a RomaWhere stories live. Discover now