II

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Luego de cenar la rápida receta de Ricky, Mérida se ofreció a acompañar a Roma a la cama. Subieron las escaleras tapizadas cuidadosamente, sosteniéndose de las barandas, Roma le había comentado que si corría o caminaba rápido todo daba vueltas. Podría haber dormido en la habitación de huéspedes que estaba en la planta baja, pero Roma no soportaba las paredes color salmón que su madre había pintado. Nunca se lo había dicho, pero encontraba dicho color perturbador. Cuando tenía once años había decidido pintar su habitación color rojo oscuro, y seguía siendo su color favorito. El techo era de un negro, y estaba cargado de pintitas blancas que simulaban las estrellas en la noche. Se recostó en la cama, su madre la tapo y besó su frente, le deseo buenas noches y apagó la lámpara de techo. A pesar de la oscuridad de la habitación y el silencio que rondaba en toda la casa, a Roma se le hacía imposible conciliar el sueño. Sintio la brisa invernal ingresar por la pequeña apertura de la ventana y vio las cortinas blancas elevarse a la luz de la luna. Un fuerte sonido la desconcertó completamente. Era de un auto, parecía que estaba derrapando contra el cemento de la calle de su casa. Una chispa de curiosidad la invadió, obligándola a levantarse y asomarse por la ventana. Sus sospechas fueron confirmadas, se trataba del mismo auto negro de la mañana. Andaba en círculos, marcando el negro de las cubiertas en el concreto. Por más de que achino sus ojos lo más que pudo, no logro distinguir quien era el conductor en el interior. Los vidrios eran polarizados, y al ser de noche era aún más difícil. Después de un rato, el auto se marchó dejando un silencio ensordecedor en las veredas de la calle Mylton. Roma, todavía sentada en su ventana, creyó ver una figura humana parada detrás de los jazmines de Mérida. Parecía un hombre, y llevaba una capucha cubriéndolo. Cuando pestaño nuevamente, dicho ser había desaparecido por completo. Pensó que quizá se trataba de su imaginación, el insomnio estaba sirviendo efecto. Volvió a cubrirse con las mantas de su cama, y trató de pensar en algo para dormir. Finalmente, luego de severos intentos, Roma se durmió.

A la mañana siguiente se despertó de golpe. No había sido una pesadilla, ni mucho menos el sol, las nubes grises se habían encargado de cubrirlo completamente. Chequeó la hora en su reloj de pared. Eran las 9.15. Bajo las escaleras lentamente, su cabeza dolía pero no era la misma intensidad del día anterior. En la cocina espero encontrar a su madre, ella entraba a trabajar a las 9.30, pero al llegar allí se sorprendió al encontrarla vacía. Tomó una taza blanca con unos garabatos negros y deposito un poco de café y otro poco de leche, y tres cucharadas de azúcar. Recordó al hombre que había visto en la noche. Los jazmines estaban intactos, no podía acordarse si se había tratado de un sueño o había sido real.

Permaneció en un estado de inmovilidad por unos minutos hasta que algo la saco del trance. La radio se había encendido sola sin motivo aparente. The Clash empezó a sonar. Roma se acercó y presionó el botón de apagado, aunque amaba dicha banda, no se sentía de lo mejor para escuchar la guitarra eléctrica en ese preciso momento. Recordó el día en que los fue a ver en concierto con Mérida y Ricky. Sus padres le habían regalado las entradas por sacar el mejor promedio en la escuela. Se encontraba de lo más feliz. Habían logrado camuflar los boletos en la vajilla de la cena, asique cuando Roma trato de poner la mesa esa noche, las tres entradas cayeron. Mérida, Ricky y Roma partieron a las 22 a la Arena Assuers en el antiguo auto desgastado. No estaban de lo más cerca al escenario, por lo que Ricky subió a la niña en sus hombros, y ella logró apreciar desde allí arriba la vista. Le costaba creer que esos tipos eran realmente famosos y ella los tenía a una distancia considerable, cantando sus canciones favoritas. Gritaron y bailaron al ritmo de Rock The Casbah, hasta que termino y volvieron a Mylton con las gargantas afónicas.

Afuera comenzó a llover, sus padres aún no aparecían y su cabeza comenzaba a doler nuevamente. No estaba al tanto de cual eran las pastillas que su madre le había proporcionado, por lo tanto se sentó en el sofá crema a esperar el regreso de sus padres.

Todos los caminos conducen a RomaWhere stories live. Discover now