10. Diminutas pastillas de jabón

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Odín alzó las cejas.

—¿Buena persona? Ja, ja, ja —ironizó—. Soy hombre de negocios. Requiero un pago, sí o sí —añadió, bajando la voz—. ¿Olvidas qué me llevó a ti en primer lugar? —Alzó la mano y juntó el dedo pulgar con el índice. Los frotó delante de su rostro—: Dinero, cariño.

Calipso apretó los labios y dejó que él la llevara por los caminos bulliciosos de Devanna. Recién entraban a la ciudad y ya estaba perdida. Si él la dejaba y ella debía pagarle, realmente con sus joyas, no duraría mucho tiempo. Además, no sabía siquiera los costos de los alimentos o de cualquier cosa que necesitara para vivir.

—Tranquila, renacuajo —rió él, de pronto, agitando su pecho por la risa cuando se dio cuenta de la tensión en el cuerpo de la muchacha. Le palmeó la mano que le sujetaba y luego se pasó una mano sucia por el pelo greñudo—. Tengo una casa aquí. Pequeña, pero la tengo. Vamos hacia allí ahora.

Las palabras resonaron en su mente y ella solo pudo mirarlo incrédula. Ni siquiera llegó a respirar con alivio. ¿Él, un pobre ladrón, tenía una casa? ¿Qué clase de casa era?

Frunció el ceño a medida que lo seguía, errática y esquivando a la multitud de personas, carros, caballos y niños. Odín, en cambio, parecía divertido por su expresión desconfiada y siguió sonriendo y empujando gente sin problemas.

Pronto Calipso descubrió que, así como Devanna era tan grande, la ciudad tenía muchos sectores sociales que se veían impresos en la arquitectura de la zona y en su vestimenta. Estaban llegando a un sector de la ciudad donde las casas eran más altas, las columnas más imponentes y los carruajes más pulidos. Los únicos que comenzaban a desentonar eran ellos.

—¿Vives por aquí? —preguntó ella, girando la cabeza para ver la vestimenta y los adornos de una mujer que la había mirado con repulsión.

—Por supuesto que no. —Odín la hizo girar en la primera calle y caminaron un buen rato más, hasta arribar a la zona portuaria—. Vivo por aquí.

El puerto era enorme y se podía ver desde esa parte alta de la calle, que bajaba suavemente hacia el océano. Difería mucho del aspecto de la Devanna de la clase alta y también difería de la Devanna comercial junto a la entrada de la ciudad.

—No hay mucha gente allí —comentó, a medida que seguían descendiendo hacia la costa.

—Que tú no la veas no quiere decir que no haya. Además —Él levantó la mirada hacia el cielo azul—, ya son más de las doce del mediodía, la venta ya ha terminado. Lo que si podrías apreciar es la gente que puede estar por zarpar a un largo viaje.

La costa los recibió con su aire fresco y salado y Calipso se relajó. Allí sí había gente, pero no una manada de personas desesperadas por enviarla al suelo.

—Esto está mucho mejor —admitió.

—No dirás lo mismo en las mañanas.

Se metieron por un callejón pequeño y abarrotado de barriles con olor a pescado y a especias, una combinación extraña. Calipso se tapó la nariz cuando el aroma cambió hasta volverse putrefacto, pero Odín ni se inmutó. Por suerte, caminaron unos cuantos metros más antes de detenerse en un arco en una pared.

—¿Es aquí? —dijo ella, asomándose por el arco. Había un pequeño pasillo y apenas unos dos o tres metros más adentro, un patio interno.

—Arriba —explicó él, colándose dentro. Calipso lo siguió y una vez en el patio contó unas cuatro puertas distintas. El pasillo continuaba, entonces, hacia alguna otra calle—. Vivo en la casa de arriba.

Destinos de Agharta 1, CalipsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora