Las personas pueden pensar lo que quieran, soy su hija y me siento tan sola que el vacío que hay dentro de mí se va agrandando un poco más.

—Madre basta, debo irme a preparar para mi clase de hoy.

— ¡Ahora te quedas!, hablaré con la seguridad para que no dejen entrar a ese tutor.

—Es mi profesor de francés nada más, ¿a qué le temes realmente? — mis palabras muestran una seguridad que me sorprende.

—No me amenaces Mackenzie, no sabes con quién hablas.

—Con mi madre, ¿y tú? — Pongo mi mejor cara de seriedad, aunque por dentro este muriendo del miedo — no, mejor no me respondas — salgo del gran salón muy alterada.

Camino hasta llegar a la entrada y por la mente se me pasa salir corriendo de esta casa.

— ¡Mackenzie, detente! — grita tan fuerte que no me queda opción de hacer lo que me pide.

— ¿Qué pasa Madre?

—Estás irreconocible — trato de calmarme un poco — ¡mi hija nunca se comporta así!

Puedo observar como William, Jasmine, Camila y Lucy nos miran perplejos sin decir nada, al parecer están pasando unas cajas por el vestíbulo hasta la cocina.

—Solo tengo 17 años, madre, Y tengo derecho.

— ¡Basta!, no sigas hablando — se vuelve a masajear las sienes — no aceptaré tus palabras y estás castigada hasta que yo te diga.

— ¿Por qué? — no la entiendo.

—Por altanera y ofensiva, soy tu madre, me has lastimado con tu comportamiento.

—Debes irte, vas a llegar tarde a tu trabajo — me doy vuelta, pero ella me jala muy fuerte de la mano, logro estabilizarme antes de terminar en el suelo.

—No puedo creer que hagas este espectáculo delante de los empleados— ¿Yo?, si la que está haciendo la escena es ella, parece incluso fuera de sí.

—No quiero discutir contigo, madre — y todo pasa en una milésima de segundo, la perfecta señora Wells da media vuelta y lo único que pasa por mi mente es que dio por terminada la conversación, pero no es así, termina agarrando un jarrón a mis pies mientras suelta un grito gutural, estoy en una especie de trance que ni siquiera le presto atención a los cortes causados por los trozos del jarrón roto.

Jasmine ahoga un grito al ver la poca sangre que sale de mis manos y solo puedo observar a la mujer que me dio la vida con sorpresa.

—Mackenzie yo...

— No... tú solo para, ¿Estás contenta? — Las lágrimas se escapan de mis ojos como la lluvia en un día gris — mis manos son la única cosa que cuido con mi vida, porque las necesito para tocar — la respiración me falta y el dolor en el pecho se incrementa.

— ¡Amanda limpia este desastre! — y ella aparece rápidamente recogiendo el mármol roto y dedicándome una mirada apenada — Ninguna palabra a mi esposo de esta situación — todos asiente como si fueran robots — y tu Mackenzie usa guantes, espero que esos simples cortes no sean otra excusa más para que toques tan mal.

Pasa por mi lado sin verme y sale de la casa con William detrás como su mascota, mientras yo no puedo creer lo que acaba de pasar.

—Señorita Wells — Jasmine se acerca hasta a mí con cierta tristeza en sus ojos.

—No, déjenme sola — respondo con una tranquilidad que no tengo dentro de mí.

—Señorita...

—He dicho que no, estaré esperando al profesor en el salón, lo hace pasar hasta allá y ni una palabra más de la situación.

Una Inesperada Casualidad - Libro 1Where stories live. Discover now