Aquella noche, se había convocado la reunión mensual del consejo. Cuando Yoongi entró en la cabaña más grande y apartada de la aldea, todos se levantaron de sus sillas e inclinaron la cabeza con solemnidad. Yoongi dio un firme cabeceo y los presentes volvieron a ocupar sus lugares en la mesa. La sala de reuniones era un espacio circular, presidido por una robusta mesa de madera y seis sillas alrededor. Justo en medio del gran mueble, crepitaba el fuego sagrado, una pequeña hoguera que brillaba dentro de un cuenco de bronce y que desprendía un potente olor a incienso. Aquellas llamas bastaban para iluminar toda la sala con su anaranjada luz. Las paredes estaban adornadas con miles de grabados y patrones intrínsecos, que representaban las hazañas realizadas por los primeros licántropos, los ancestros fundadores.

Yoongi se sentó en la silla del alfa, junto a los otro cuatro miembros y el lugar vacío de su beta. Rodó los ojos, Jungkook no sería puntual ni aunque su vida dependiera de ello.

- ¿Dónde está el muchacho? - Preguntó Koda.

- Estará a punto de llegar.

Yoongi no podía asegurarlo. El guerrero frunció el ceño, y sus pobladas cejas se rozaron. Yoongi maldijo, Jungkook sabía que debía ser responsable con su cargo, y la puntualidad era necesaria para formar parte del consejo. A veces maldecía a las estrellas por haber querido que su atolondrado mejor amigo fuera su beta.

Los guerreros miraban impacientes al alfa, la única tranquila era Yoomee, la viuda del antiguo beta de la manada. La mujer mantenía su habitual expresión serena e imperturbable, aquel rostro de piedra que pareció congelarse el día que enterró a su marido. Yoongi no la culpaba, aquella no había sido una escena fácil de sobrellevar, él lo sabía bien. Junto al marido de Yoomee, perdió la vida su padre, el antiguo alfa de la manada. La mujer destacaba entre el resto de miembros del consejo, era una hermosa loba de apenas cuarenta y cinco años, con una lacia melena negra como el carbón y unas facciones algo rudas, pero que no dejaban de ser bellas. Su piel canela brillaba bajo la luz del fuego sagrado. Ella no pidió estar en el consejo, pero era su deber como único miembro con vida del círculo social cercano al antiguo alfa, sin contarle a él, claro está.

La puerta de la cabaña se abrió con un fuerte estrépito, y un jadeante muchacho entró corriendo como un torbellino.

- Llegué...- Anunció entre jadeos.

Todo el consejo le miró con severidad, pero el chico parecía no darse por aludido. Apoyó jadeante las manos en las rodillas, intentando recuperar el aliento e impacientando a todos los presentes.

- ¡Jungkook, siéntate! - Ordenó Yoongi con severidad.

El chico dio un brinco y obedeció sin rechistar al mandato de su alfa.

- Llegas tarde, muchacho. Otra vez.

Jungkook frunció el ceño ante el monótono reproche de Kato.

- No ha sido mi culpa, Nayeli...

- ¡Sin excusas, niño! Ya va siendo hora de que te comportes como un miembro responsable del consejo.

Los mellizos Koda y Kato eran como el día y la noche. El fuerte temperamento de Koda contrastaba a la perfección con las frías maneras de Kato. Los dos hombres de ya bien entrados cincuenta años se habían curtido juntos luchando codo con codo en un centenar de batallas desde que eran apenas unos cachorros, eran los guerreros más fuertes de la manada.

El carraspeo de Lonan hizo el silencio total, incluso Jungkook supo que era momento de callar. Si había alguien de rango superior al alfa en una manada, ese era el sabio.

El anciano de lacia coleta miró a Yoongi y asintió, dándole pie para comenzar la reunión.

Tomó aire, después de lo sucedido aquella tarde, le resultaba difícil meterse en su papel de líder de la manada. Se sentía como un adolescente hormonal y enamoradizo. Hizo su máximo esfuerzo por enterrar momentáneamente a Jimin en el fondo de su mente.

Alpha's Owner (YoonMin) Where stories live. Discover now