Capítulo 23: Un dulce hogar. (1/2)

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Me quedé en la habitación, esperando que nada malo pasara, hasta que no pude más y salí de ahí.

Caminé con pasos de algodón por el pasillo, pero al llegar al final, a las escaleras que me conducirían al primer piso me detuve, ansiosa. Si seguía platicando con sus padres yo no haría más que interrumpir, y no quería hacerlo, así que volví, desanduve mis pasos hasta la puerta de la habitación que me habían asignado, pero una vez ahí no entré, con decisión me acerqué a la puerta que estaba marcada como la habitación de Alejandro, y no había malas intenciones en mí, solo quería hablar con alguien de la persona que más quería en el mundo, y tenía que ser él.

Toqué la puerta varias veces, pero no hubo contestación, esperaba encontrarme con los ojos de gato de inmediato y el ceño fruncido pero nada pasó, y planeaba irme, cuando llevé mi mano al pomo y lo giré.

La puerta se abrió sin ruido, y eché una mirada. La habitación de Alejandro era como me lo imagine de él, era blanca y negra, con motivos de notas musicales en algunas superficies, una enorme cama vestida con sabana de un azul rey, en el centro de todo. Había un escritorio vacío, en donde me imaginé que estarían todas sus cosas desordenadas si viviera él ahí. Había un retrato en una pared, en el lado derecho, en donde se veía a dos bebés acosados en una manta afelpada, de esas fotos profesionales que toda madre desea tener de sus hijos. Sonreí al verla, me acerqué a mirarla, y aunque estaba en blanco y negro, yo sabía quién era quién. Lo sabía por la sonrisa de uno, amplia y contagiosa y el llanto del otro.

Me senté en la cama y desde esa perspectiva lo miré, pasé largo rato observando la foto cuando con los talones golpeé algo debajo de la cama. Lo ignoré un segundo, pero al siguiente, sin importarme nada me agaché y observé qué era aquello, no eran zapatos, ni una caja como lo esperé, era algo pesado, y delgado envuelto por una manta blanca. Lo descubrí un poco y de inmediato lo reconocí. Tomé el cuadro y lo saqué para verlo en su totalidad.

"Días de fuego" yacía oculto y medio empolvado bajo la manta, pero seguía igual que precioso y extraño que el día en que lo llevamos a vender al parque de las flores y aquel extraño hombre lo compró sin regatear al precio que impusimos.

Miré el cuadro, ahora de cerca y a conciencia, cuando de pronto me volví con brusquedad.

—Es una inversión. —era la voz de Alejandro, que me miraba desde la puerta. Llevaba una camisa azul cielo, y pantalones color caqui.

Tragué con fuerza, esperando los gritos y preparándome para defender.

—¿Tú lo compraste? —inquirí, al darme cuenta de que esa no era su intención.

—Es una inversión. —se limitó a contestar, con las manos metidas en los bolsillos.

—Dijiste que era horrible—comenté y me puse de pie.

Él se encogió de hombros.

—¿Has visto la persistencia de la memoria? —Preguntó —Me da asco y aun así vale mucho. Planeo guardarlo y esperar a que Diego se haga famoso.

Trague con fuerza, pasando el nudo que de pronto sentía en la garganta, se suponía que ni siquiera debía hablar con Alex, no debía estar ahí.

—Comimos una semana de ese dinero—comenté, porque no sabía que más decir.

Alex meneó la cabeza.

—No lo hice por ti.

Asentí con fuerza, sin miedo, sin recelo, porque lo sabía, lo sabía muy bien.

—Ya me di cuenta—comenté y me eché a andar a la salida, porque no me convenía seguir ahí, si Diego llegaba y nos encontraba conversando a solas todo terminaría, aun estando a un metro de distancia de su hermano, terminaría.

Sueños de tinta y papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora