Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (1/2)

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Miraba el techo blanco y desquebrajado de mi habitación, preguntándome cuantas almas como yo habían estado tendidos en su cama, mirando ese mismo techo, en otros días, en otras épocas, con los mismos sueños que yo. Era algo que no debería estar haciendo, lo que en realidad debía hacer era limpiar la habitación, tanto mi lado como el de Lorena, pues habíamos llegado a ese acuerdo, que ambas limpiaríamos en ciertos días de la semana para evitar que nos agarraran desprevenidas las revisiones que realizaban los prefectos, pues si nos encontraban la habitación hecha un tiradero nos daban un reporte, y si conseguíamos más de tres en un mes nos hacíamos merecedores de la limpieza de todo el piso. Aún no había comenzado a ordenar, pues estaba agotada por el día, así que me estaba dando un pequeño descanso cuando apareció Diego en el marco de la puerta abierta, tocó con los nudillos y luego entró sin esperar mi contestación.

Sonreí, mientras lo veía precipitarse hacía mí, se dejó caer a mi lado en la cama y de inmediato me tomó del rostro y me besó ambas mejillas.

—Nos van a llevar de paseo—anunció con alegría.

—¿Quiénes? —pregunté, desconcertada, pero él no me hacía caso solo seguía besándome el rostro. —Diego—continué, riendo bajo sus besos—Dime.

Entonces se apartó de mí, sólo un poco, lo suficiente como para verme el rostro completo, pero no se incorporó, seguía acostado sobre su costado conmigo a su lado. A veces a Diego le daban esos ataques de amor, como él los llamaba, me besaba todo el rostro como si fuera un niño pequeño, y a mí, a pesar de que me gustaba que lo hiciera, me ponían nerviosa, como en aquel momento. Diego lo notó, así que de inmediato me soltó, pero no perdió el ánimo.

—El viaje que hacen de la escuela —me explicó—, conseguí que la secretaria Fabiola te pusiera en el mismo grupo en el que estoy yo.

—¿Cómo? —pregunté, un poco sorprendida.

Aquella mañana el asesor de carrera nos había comentado sobre el viaje anual que se realizaba en la escuela. Por lo regular llevaban a los grupos de alumnos a ciertos Estados de la república, a lugares relevantes para visitar, como museos, lugares con importancia arquitectónica, arqueológica o reservas naturales, pero tenía entendido que los grupos de paseo se armaban por carrera y por año, así que no podía estar en el mismo que Diego.

—Sí —asintió él, dedicándome una gran sonrisa, al tiempo que enterraba su mano izquierda entre mi cabello—lo conseguí como un favorcito especial, en nuestro itinerario hay un museo que te va gustar.

—No —dije —se supone que iré con mi grupo a Oaxaca, visitaremos los museos de la capital y Monte Albán.

—Ya lo sé—comentó Diego, mirándome con brillo de satisfacción en su mirada—pero convencí a doña Fabiola para que te pusiera en el mismo grupo que los de tercero. Así que estás en el mismo viaje que yo.

—Ah—exclamé al comprender, me acerqué a envolverlo en mis brazos, y recargué mi barbilla en su hombro. —¿Y por qué? —susurré.

—Porque creí que te gustaría ir con nosotros —contestó, en ese mismo instante lo solté, me aparté de él, y lo miré a los ojos. Había dicho "nosotros" y yo sabía a la perfección a que se refería con eso, sabía quién era aquel que siempre estaba incluido en los planes de Diego, aquel que no podía faltar, que era imprescindible para él. Alejandro.

La molestia y algo que reconocí como una pizca de miedo se manifestaron en mi rostro y él lo notó tan pronto como esto pasó.

—¿No quieres ir? —Preguntó, con un ligero toque de decepción que se colaba entre sus palabras, pero como siempre, se adelantó a mi respuesta—Soy un idiota—agregó, apartándose con brusquedad aquellas greñas cafés que eran su cabello del rostro—creí que preferías ir con nosotros que visitar unas ruinas. Ni siquiera te lo pregunté.

Sueños de tinta y papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora