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Canción: Umbrella - Ember Island 

Canción: Umbrella - Ember Island 

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Jo se enfrentó a mucha gente en el entierro de su hermano sin más apoyo que el de su tía Nancy, su padrino y una ex compañera de trabajo. Fue difícil no ver a su madre ahí, cuando todo ocurrió, Connie estaba intoxicada de pastillas, con el pelo desordenado y las ojeras color ceniza; fue por eso que nunca llegó. Jo se limitó a organizar el adiós de Nathan, era la última vez que el cuerpo de su hermano estaría visible y sintió que no podría perdonar a su madre. Él tenía apenas doce, pero le gustaba decir que tenía más edad. Eso solo lo sabían pocos de los presentes.

La chica de cabello negro azabache se colocó algunos mechones detrás de la oreja y se sentó con los labios ligeramente abiertos frente al ataúd, cuando comenzó el discurso del sacerdote se puso unos lentes de sol, el llanto lastimero de su tía Nancy y el de algunos allegados la hicieron sentir incómoda; su hermano estaba en paz, o al menos eso quiso creer por un momento.

Si alguien hubiera hecho algún comentario por su falta de lágrimas, ella estaba preparada para contestar, ¿tenía que llorar para demostrar lo mucho que amaba a su hermano? Claro que no. Solo Dios sabe cuánto lo quería, pero sus ojos no lograban generar ni una gota salada, tal vez porque desde que el médico le anunció, cuarenta y ocho horas atrás, que la leucemia de Nathan había llegado a su fase final, se deshidrató.

Suspiró. Nathan era un adolescente, uno que desde niño luchó con la muerte hasta que esta lo venció. Su madre y ella querían que Nathan se recuperara y saliera victorioso, pero también sabían que estaba cansado y que el chico no podía más. Siempre tratamos de prepararnos para la partida de un ser querido, pero cuando ocurre cuesta mucho asimilarlo por completo. Definitivamente, ella lo estaba manejando mejor que su mamá.

¿Qué madre quiere ver cómo su hijo se deteriora poco a poco hasta que lo inevitable ocurre? Jo justificó la actitud de Connie durante mucho tiempo, trató de hacerlo de nuevo cuando el sacerdote terminó de hablar y se acercó a donde estaba Nathan para depositar sobre la fría tapa una gorra negra y azul índigo, firmada por los Defensores de Connecticut ―el equipo de béisbol favorito de su hermano―, en ese momento se dio cuenta que debía dejar de justificarla. Su mamá debió estar ahí para sujetarla, no su tía Nancy.

El estado emocional de Connie pendía de un hilo y Jo no tenía idea de cómo manejaría las cosas luego, sobre todo cuando regresara a casa, ya que todo intento por acercarse para tratar de ayudarla y que no sintiera tanto dolor solo las alejaba más. Ella no aceptaba la enfermedad de Nathan y muchos meses atrás había comenzado a olvidar que su familia era de tres, no de dos.

Con hombros caídos regresó a su casa y pensando en tantas cosas se paró frente a ella, respiró profundo porque los recuerdos la azotaron con fuerza ―los malos―, Jo no tenía buenos recuerdos de ese lugar.

Tenía catorce cuando sus padres se divorciaron y su madre sin derecho a réplica decidió que se mudarían del pueblo que la vio crecer, llegaron a Connecticut, y en ese momento la casa le pareció bonita, pero ahora la veía sin color: la grama estaba muy alta, el blanco de las paredes tenía un aspecto gris, lo peor eran los dos materos de la entrada con flores marchitas. Esa casa estaba sin vida... sin vida igual que él.

Asunto Pendiente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora