9. La esencia de una diosa.

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—Yo no fui —dijo, efectivamente. Se sentó y se apartó el agua de la cara.

—Lo que digas —Odín cerró el odre, que había recargado con agua de lluvia, y metió las manos por debajo de su cuerpo. La alzó y se levantó con ella aúpa—. Vamos a refugiarnos y a beber hasta cansarnos.

La arrimó a un árbol grueso que los protegió de la mayoría del agua. Calipso miró cómo las gotas humedecían la tierra y las plantas, incrédula. Estaba muy segura de que ella no había sido.

—Odín —dijo, mucho después, cuando estaba bastante más espabilada. Además, Odín ya la había dejado en el suelo y la falta de comodidad la asaltaba de nuevo—. Yo no fui —aseguró.

—¿En serio? —Odín estaba de muy buen humor, tragándose toda el agua que había recolectado en el odre—. Iré por más y beberás, ¿oíste?

—Ya no tengo sed —replicó Calipso, con los ojos muy abiertos.

—¿Cómo que no? Te fuiste de boca al suelo, incluso me sorprende que no te hayas roto la nariz.

Ella se llevó los dedos a la nariz, solo para cerciorarse de que en verdad no hubiera nada roto. Tampoco entendía cómo es que ahora estaba tan bien. Incluso Odín, que estaba feliz y que había bebido más agua que ella, se veía como si hubiera caminado por un desierto por largas y largas horas.

—Pero...

Odín se alejó de ella, metiéndose bajo la lluvia que crecía. Calipso lo observó llenar el odre con las gotas de agua que se atascaban en algunas plantas. Supuso que también debían agradecerle a sus hermanas que hubieran pasado los campos hacía horas.

Él regresó y le tendió el odre. Calipso lo tomó con pocas ganas. Impresionantemente, no tenía sed, ni un poco. Bebió un sorbo y se ganó una mirada aireada de su acompañante.

—Mujer, bebe el agua o te la meteré a través de la garganta.

Calipso tomó un poco más.

—Haz esto o te haré lo otro. Tú y mi hermana son realmente autoritarios —respondió ella, tendiéndole la botella de vuelta—. No tengo sed.

Odín alzó las cejas y cerró el odre.

—Tú hermana... Y resulta que ahora no tienes sed. ¿Alguna explicación coherente que te estés guardando?

—Rhodanthe es algo insistente —fue lo único que dijo y Odín alzó ambas cejas en desconformidad por un momento.

Calipso no estaba segura de lo que había ocurrido, pero seguía convencida de que ella no había traído la lluvia. Es más, ¿estaba eso entre sus poderes? A ella le parecía que no. La lluvia era más bien tema de la diosa de los cielos, Zephir, también conocida como la diosa del viento, del aire. El clima era algo que se reservaba para ella.

—Lo que digas. —Odín se dejó caer contra el tronco del árbol y estiró las piernas mojadas—. Ahora intenta que no se desate una tormenta o tampoco será bueno que terminemos pasados por agua.

Ella no le respondió, a pesar de que estaba a punto de decirle lo de Zephir. Después de todo, él había sido algo despectivo al nombrar a Rhodanthe. Tal vez no valía la pena decirle lo que ella creyera de sus hermanas. Aunque él sabía muchísimo de las diosas, quizás por su crianza, Odín había dicho también que no era un creyente. Evidentemente, su respeto hacia las diosas no se basaba en la fe.

Esperaron debajo del árbol largo rato, valiéndose de la apacible imagen que tenían frente. Calipso se relajó al ver a la naturaleza actuar de esa forma tan simple. Había visto llover miles de veces desde el palacio, pero... Pero nunca se había mojado con ella. Nunca había estado debajo de la lluvia.

Destinos de Agharta 1, CalipsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora