CRÍMENES SERIALES

Capítulo 2

II

A la mañana siguiente desperté tendido en la cama, vestido. Una tremenda migraña torturaba mi cabeza, como un flagelo atroz pergeñado por un maquiavélico demonio.

Me incorporé como pude, me lavé la cara y me preparé un café negro. Lo bebí en el comedor, mientras encendía la televisión. Series, dibujos animados, publicidad, documentales, nada captaba mi atención. Pero, de pronto, un canal de noticias atrapó mi interés abruptamente.

En ese flash informativo, un inspector de policía hablaba delante de un nutrido grupo de periodistas, narrando los pormenores de un asesinato ocurrido en el microcentro porteño, en un edificio de la Avenida Córdoba.

Entonces, como un rayo, recordé todo lo sucedido la noche anterior: la mujer muerta, el revólver, los vasos de vino, la enigmática palabra escrita en el espejo del baño.

Un sudor frío me corrió por la nuca y el ritmo cardíaco se me aceleró hasta límites insospechados, como si el corazón quisiera escapárseme del pecho. Tuve un vahído, del que pronto me recobré.

Presté atención al noticiero. El inspector de policía contaba algunos detalles del crimen. La chica muerta, de 22 años, era prostituta. Según el testimonio del portero, ingresaban continuamente hombres a su departamento. Por lo cual era difícil determinar con quien había estado esa noche y cuál podría ser el móvil de aquel asesinato. Sin embargo, estaban investigando si la cámara de seguridad que se hallaba en la esquina podría haber captado alguna imagen que pudiera dar una pista sobre el asunto.

En ese momento, uno de los periodistas le preguntó si podría tratarse de un drama pasional, a lo que el inspector contestó: "Creemos que en realidad puede tratarse de un asesino serial, ya que existen características semejantes a otro crimen ocurrido dos semanas antes. El asesino deja pistas escritas en el lugar del crimen". "¿Qué tipo de pistas?", preguntó otro reportero. "Palabras seguidas de una extraña numeración", fue su respuesta. "¿Se refiere al doble crimen de los hombres en la casona de Saavedra?", inquirió otro periodista.

El policía se retiró sin hacer más comentarios.

Me quedé temblando de pavor. Quería creer que todo aquello era una pesadilla de la que iba a despertar en cualquier momento.

Encendí la notebook y busqué la noticia del doble crimen en internet. Pronto encontré lo que buscaba.

Salí de casa y tomé un taxi hasta el barrio de Saavedra. Pronto llegamos hasta las inmediaciones de la Avenida Cabildo. Bajé del taxi y me adentré en un barrio residencial de casas bajas, con una abundante arboleda. Un barrio intimista y de estilo tradicional. Llegué hasta la casa donde ocurriera el hecho, pasé por la fachada y me crucé con un vecino que paseaba un perro pastor alemán. Lo intercepté y con tono amable, le inquirí:

- Disculpe, caballero. ¿Sabe si esta es la casa donde ocurrió el doble crimen?

- Sí, amigo. ¿Es usted policía?

- Eh... No... Reportero... -mentí.

- Sí, eran buena gente. Algo raros. Conmigo tenían una buena relación. Habían salido el fin de semana largo y me habían dejado la llave de la casa para que les cuidara al caniche. Lo querían como un hijo.

- ¿Algo raros? ¿A qué se refiere?

- Bueno... Usted sabe... Dos hombres solos... Un poco amanerados... Vestían muy bien... ¿Me entiende no?

- Usted dice... ¿homosexuales?

- Sí. Pero buenos muchachos. Esa mañana abrí para darle de comer al perrito, ¿sabe? Lo llamé pero no venía. Me adentré en la casa y entonces presencié una imagen horrorosa... que jamás voy a olvidar... Los dos yacían muertos, totalmente ensangrentados, la casa revuelta... Pero lo peor de todo, lo más macabro, fue aquella frase escrita en la pared con sangre...

- ¿Frase? ¿Qué frase?

- No sé que quiere decir. Supongo que la policía lo habrá investigado.

- ¿Qué decía la frase?

- "Romanos 1:27"

Entonces me desmayé.