Capítulo 22: Navidad (2/2)

Start from the beginning
                                    

Hubo un resoplo antes de que Alex contestara.

—¿Y qué le dijiste?

—Le dije que no te conoce nadie porque te has muerto para siempre—se rió Diego, y sin poder evitarlo solté una risita también yo, pero me tranquilicé a tiempo para que ellos siguieran con lo suyo. Aquel era parte de un poema de Lorca, que justo le había leído en voz alta a Diego poco antes de arruinarlo todo.

—Puta madre—se enfadó Alex—, estoy hablando en serio. ¿Qué le contestaste?

Ahora un largo suspiro que sabía que era de Diego precedió la respuesta.

—Me encabroné—contestó—así que le dije que no te buscara, que no preguntara por ti, que tú ni siquiera querías verla, que sabías todo y que te valía madres ella. Más o menos eso le dije, y luego me sentí como una mierda porque casi se pone a llorar, pero ya se lo había dicho, y no le iba a pedir disculpas por decirle la verdad.

Diego se volvió a verlo, podía ver otra vez su perfil entre los asientos. Y por la expresión, y el amor que yo sabía que sentía por su hermano estaba segura de que se estaba quedando corto en cuanto a la descripción de lo que había dicho esa noche. Ya había experimentado la furia de Diego, y sabía que lo mismo de dócil y taciturno que era, podía ser de explosivo y violento, como su hermano.

—Y ya sé—susurró—, que no tenía que mentarle tanto la madre, pero me encabronó que lo preguntara así, me dio tanto coraje por ti, porque sé que no quieres que vaya a la casa.

Alex soltó una risita marga, y se acercó a Diego, ahora podía verle un poco de la cara entre la separación de los asientos. Casi parecía que iba a abrazarlo, pero solo le dio una palmada en el hombro.

—Está bien—dijo, con un gesto de resignación—se lo merece, le habría contestado lo mismo.

—Y sólo era eso—terminó Diego, al tiempo que se volvió a poner de pie, se quedó un segundo parado en el pasillo, mirando desde su altura a su hermano—así que no hagas un maldito drama en la casa, no quiero que arruines todo ahora que Ingrid va con nosotros. Sólo te pido eso.

—Sale—contestó Alex.

—Es en serio—le advirtió Diego—si está ahí sólo ignórala, ni siquiera la mires.

—Eso haré.

—Por favor—agregó Diego, aun sin quitarle la mirada de encima.

—Sí, mierda, ya—se enojó Alex—Puedo hacer eso. ¿Cuántos putos años crees que tengo? No voy a soltarme a llorar si es lo que piensas. Ya la he visto antes, cálmate, puedo verla sin arruinar la pinche cena.

Diego sonrió de lado, y por fin se apartó de él, tomó asiento a mi lado, con cuidado volvió a acomodarme, me pasó un brazo por los hombros y me acunó.

—No me culpes cuando escuches algo que no te guste, mi cielo—susurró Diego, cuando se acercó a darme un beso en el cabello. —No es bueno escuchar conversaciones ajenas.

El corazón me latió desbocado cuando lo oí decir aquello, me sentí como una pequeña regañada por su padre, pero no contesté, preferí seguir con mi estrategia de hacerme la dormida, de cualquier forma dormir se me daba muy bien, si seguía así, pronto estaría dormida en verdad y quizá no tendría que pasar por la vergüenza de responder a eso.

—Por lo menos ya sabes que vas a una casa de locos—susurró, justo antes de que yo cayera en un sueño forzado, pero real. —y espero que no me dejes por eso.

El trayecto era de varias horas, pero como me quedé dormida, apenas lo noté, lo próximo que recordaba era despertar por el ruido que hacían las personas al bajar. Diego no estaba a mi lado, ni Alejandro, por ello, con el corazón estrujado bajé del autobús, detrás de toda la gente que prefería bajar hasta el final y evitar amontonarse en la entrada. Cuando por fin pude salir de ahí, encontré a Diego en la entrada, Alex había ido a buscar su maleta y él lo esperaba.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now