Prólogo: Dos meses antes

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¿Quién dijo que las palabras se las llevaba el viento? Porque las suyas quedaron grabadas en mi cabeza. Y ni siquiera un tornado podría llevárselas.

¿Por qué? ¿Por qué hablan del amor como la mejor medicina? Para mí es la peor enfermedad. Una enfermedad que te deja ciego y no te permite ver la realidad. ¿Por qué me siento tan destrozada si el amor debería despertar sensaciones buenas? ¿Por qué me permití enamorarme? Esas preguntas ya no tienen respuesta, o quizás solo dejé de buscarla. Camino por la calle. Estoy adolorida y agotada, pero no lloro. Tal vez porque no quiero que nadie me vea. Tal vez porque ya no tengo lágrimas que soltar.

No puedo creer lo ingenua que fui. La verdad se camufló ante mis ojos como un camaleón que no quiere ser descubierto y yo fui el depredador que no supo ni siquiera vislumbrarlo.

 Las personas caminan por la veredas, los coches avanzan lento a causa del tráfico, un policía hace guardia, una niña ayuda a su madre con las bolsas del supermercado, las nubes grises nos cubren y amenazan con desatar una tormenta... Pero nada me distrae de los pensamientos que revolotean en mi cabeza. Todo parece ser blanco y negro, y los días son cada vez peores y en cada uno me cuesta más encontrar un buen motivo para sonreír. 

Los hombros me empiezan a doler por el peso de mi mochila cuando comienza a llover. Las gélidas gotas de agua caen y adornan la ciudad. Camino esperando que limpien mi mente y se lleven los monstruos de mi cabeza.

Cuando por fin llego a mi casa, empapada por la fuerte precipitación, me cambio de ropa y me tumbo en mi cama. Estos últimos días no puedo ni siquiera sonreír, excepto en los sueños. Allí están los mundos maravillosos, que no tienen tristeza ni lágrimas. Nuestra mente crea un espacio mágico donde refugiarnos.

Me duermo con la esperanza de huir de la realidad. Y, por una vez, me permito ser feliz.  

Con amor, SarahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora