Capítulo 21: Los niños perdidos (2/2)

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"A mí no me gustaba mucho ir a la escuela porque me sentía sólo, tenía un montón de amigos pero sin Alex me sentía raro. Era una de esas escuelas de paga a las que papá siempre nos mandó, a la que habíamos ido desde la secundaria, y ya no encontraba nada ahí para mí. Por esa época fue que papá consiguió la candidatura para diputado, y todo empeoró, todos se concentraron en él y en su campaña, ya nada más me veía una sola vez a la semana, y sólo me preguntaba por la escuela, sobre mis calificaciones, sobre las clases extras. Comenzó a ponerse más exigente, cada que me veía quería verme perfectamente limpio, vestido de forma perfecta, yo apenas lo veía pero sentía que me presionaba en todo, me fastidiaba, y mamá lo apoyaba."

"Sólo me sentía bien los fines de semana en mi casa, con mi otra madre, ahí podía hacer todo lo que quisiera, podía dibujar o pintar en mis paredes, ahí papá no decía que me comportara como él quería porque no me veía. Nadie me veía."

"Le dije a mi madre que me quería ir a vivir con ella, y aunque papá se enojó, me dejó ir, porque se supone que todos son mis padres, siempre tuve la opción de elegir, y hasta ese momento lo sentí necesario. Cuando me mudé me quise cambiar también de escuela. Papá se enojó todavía más al saber eso. Me quería de regreso, me quería en su casa y monitoreando lo que hacía, pero por una vez mi madre me apoyó."

"Estaba tan feliz, Ingrid, me cambié de casa, y de escuela. La situación económica de mi madre ya no era mala, tenía un estilo de vida de clase media alta, así que la casa era bonita, y grande, pero no enorme y solitaria como la de mis papás, y la escuela que también era de paga no era tan asfixiante como la otra."

—¿Y te sentías mejor?

—Sí, algo—contestó Diego, ahora con viveza, con ganas de seguir hablando. Esa era una de las desventajas de comenzar a decir cosas, que era difícil parar, y a veces no lo hacías hasta quedar vacío. —Me gustaba la escuela, seguía estudiando lo que papá quería pero ya no me sentía tan presionado, y aunque el desgraciado de Alejandro no me llamaba ni me enviaba mensajes ya no lo extrañaba tanto, sabía que lo suyo era por puro capricho. Lo conozco bien y sabía que aunque tardaría en regresar, lo haría, y no me importaba.

Asentí. Sabía que le importaba, que le había importado y herido en lo más profundo de su alma blanda el hecho de que Alex no le contestara las llamadas, lo recordaba de la pelea que hizo que todo explotara. En el calor de la discusión lo había dicho. "Lo que más me mataba era que no quisieras ni hablar conmigo" Me imaginaba que Diego tenía mucho que decir en aquella época, y no había nadie para escucharlo, porque ese alguien cargaba con sus propios problemas en silencio.

—Y bueno, —comentó, ahora en voz baja—luego apareció él. Fue en esa época en que apareció él.

—¿Y cómo lo conociste?—inquirí, para animarlo a seguir — A él, al Gran Carnal —y el simple hecho de pronunciar el nombre me causaba un estremecimiento molesto.

—No sé—Comentó—no sé cómo terminé con él, Ingrid. No es una buena persona, es delincuente...

—¿Pero quién es? —insistí, porque antes que novia de Diego, antes que persona sensible a los sentimientos de los otros, yo era escritora, las historias me fascinaban, ya fuera una antigua historia familiar de gente que no conocía, o ésta, que era el pasado cercano de una persona muy querida, no importaba, yo estaba ávida de historias. En términos comunes sería una metiche, pero yo podía convertir todo ese dolor, todas esas lágrimas en algo, todo ese sufrimiento en algún momento podía servir de algo.

—Es el líder de una pandilla—susurró Diego, tan bajito, que apenas entendí. —Y cada vez que recuerdo que lo tuve en frente, que comí en su mesa, que conviví con él, me quiero golpear, me quiero morir porque te juro que yo no quería hacerlo, estaba muy chico, y era él quien me buscaba, yo jamás quise ser parte de su negocio.

Sueños de tinta y papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora