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–Bueno, nada especial: la facultad, el bufete... Mañana, en cambio, llega el jefe de la firma de Nueva York, ya te he hablado de él.

¡El señor Dufresne quiere que me ponga una falda y tacones!

–¡Típico de Henry! –exclamó Maddie con una carcajada.

Se habían conocido en el instituto y siempre mantuvieron una sólida amistad, de ahí mi puesto de prácticas en su bufete.

–¡Pero tiene razón! -prosiguió-. Esta noche voy a salir con Antonio, coge lo que quieras de mi armario. Tenemos la misma talla, algo encontrarás….

Antonio... No pude impedir que la sangre me subiera a las mejillas. Recordé la escena en la cocina de unos días antes, en medio de la noche, cuando me encontré de frente con su firme culo, perfectamente esculpido. Estaba sirviendo dos copas de champán como Dios le trajo al mundo y en vez de salir de puntillas murmuré un precipitado oh, ¡lo siento! ... que había tenido como consecuencia inmediata que se diera la vuelta.

El estado de su erección decía mucho sobre lo que pensaba hacer después del champán.

¡Tenía mucha sed, pero me volví directa a mi habitación sin beber nada!

–¿Lisa? –Eh, ¡sí, sí! Gracias, Maddie.

¡Que te diviertas! ¿Falda negra? ¿Violeta? ¿Por encima de la rodilla? ¿Por debajo? ¿Ajustada? ¿Amplia? ¡Oh, a la porra! Cogí lo que me pareció más simple: una falda de franela gris que me caía perfectamente sobre las caderas, ligeramente acampanada en el bajo, y una blusa blanca, simple y eficaz, para completar el conjunto.

¡Lista! Me miré satisfecha en el espejo, dando vueltas de puntillas. ¡Me faltaban los zapatos! Yo tenía un par de zapatos de salón negros, que solo me había puesto dos veces, de los que valen para todo. ¡Me sentía como si estuviera pisando de huevos, pero pensé que al señor Dufresne no apreciaría que combinara la falda de franela con las Converse!

Por suerte, al día siguiente iría directamente a la oficina. No me habría hecho gracia ir a la facultad vestida así. Me metí en la cama con un libro sobre los derechos de las sociedades privadas y me quedé profundamente dormida después del párrafo segundo, atrapada rápidamente por un sueño de penes erectos que danzaban mi alrededor. ¡Desde luego…!

El modelito especial “Un americano en París” tenía un problema: no era muy compatible con la bicicleta. Además, el viento soplaba con fuerza esa mañana. Con una mano en el manillar y la otra sujetando la falda, y los condenados zapatos que se resbalaban continuamente de los pedales, el trayecto había sido realmente penoso. Por fin divisaba el edificio del bufete: la tortura casi había terminado. Relajé los músculos, en tensión desde que había salido de casa, y me disponía a frenar cuando el tacón derecho se resbaló de nuevo. Perdí el equilibrio, tropecé contra algo y caí al suelo todo lo larga que era.

ATRAPADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora