25

996 50 4
                                    

Pero algo en mí, algo imperceptible, no me dejaba estar completamente tranquila.

Se encendieron las lucecitas rojas de alarma, pero me apresuré a apagarlas.

Tenía que coger el avión de vuelta a Nueva York... Eso era una enorme luz roja, ¿no? Pero aparté esa idea de mi cabeza inmediatamente.

Ese momento aún no había llegado. Aún estaba aquí, en carne y hueso, y me estaba esperando para desayunar.

¿Había hecho que me trajeran ropa? ¡Obviamente, una vez más había pensado en todo! No me iba a volver a poner el vestido de la noche anterior para ir a la facultad… Entré en la sala de estar de la suite, vacía, y cogí la ropa colocada sobre un sillón: vaqueros, una camiseta, un jeans y ropa interior de satén.

Ni siquiera quería saber de dónde la había sacado o quién había ido a comprarla. No valía la pena. Además, en realidad me daba igual.

Toqué el jersey, era de una suavidad increíble. El conjunto de braguitas y sujetador era perfecto, ni demasiado sexy ni demasiado “abuela”. En cambio, no hay zapatos , pensé mientras me vestía.

¡No le pegaba que se le hubieran olvidado! Me puse los zapatos de la noche anterior y salí.

Enseguida encontré el salón en la que se servía el desayuno. Los camareros estaban muy atareados yendo de un lado a otro. Sin embargo, solo una docena de mesas estaban ocupadas.

Inmediatamente vi a Sacha
–mi Sacha– en el fondo de la sala.

Estaba de espaldas, leyendo un periódico.

Me dirigí a la mesa y al llegar ¡me retorcí el tobillo! Me agarré al respaldo de su silla.

–Ups, ¡los tacones no son lo mío! –dije riéndome mientras tomaba asiento.

–Me encantan las mujeres con tacones, no se les debería permitir caminar con otra cosa en los pies –contestó sin levantar si quisiera la cabeza del periódico.

¿Por qué era tan duro de repente? Parecía molesto. Si quería que me pusiera tacones, me pondría tacones, si eso le hacía feliz.

Me encogí de hombros. Llegó un camarero y me sirvió un té. ¿Por qué no me había propuesto café? Misterio. El señor Sacha, el maniático, ataca de nuevo, organizándolo todo a su antojo.

Cogí una tostada con aire indiferente y comencé a extender mantequilla. Para hacerle ver que su actitud era bastante maleducada, exclamé:

–¿Hay buenas noticias en el mundo esta mañana? ¿La bolsa? ¿El tiempo? ¿El horóscopo?

Levantó la cabeza, divertido. Ya no parecía molesto en absoluto.

–Esa blusa te queda muy bien, eres muy guapa.

–¡Ah! Gracias. Y gracias por la ropa. Te la devolveré, por descontado.

Una vez más, frunció el ceño. Tomó un sorbo de café y plantó sus ojos de jade en los míos. Uf, ahora sí que se había puesto serio.

–Élizabeth (vaya, ya no me Liz, no es una buena señal) - Regreso mañana a New York, lo sabias ya.

Era de esperar, demasiado bonito para ser verdad. Ya me lo imaginaba: ha estado bien, pero no es posible, mejor dejar las cosas así, bla, bla, bla ...

Yo removía nerviosa mi té. Menuda idiota estaba hecha.
¡El príncipe azul! ¿Pero qué me había creído? Solo había sido para él una aventura de una noche.
La pequeña parisina dócil, se le hace el truco de la gran cita y listo, ¡cae seguro! Intenté parecer lo más digna posible, pero me entró el imperioso deseo de salir corriendo y desaparecer.

No tenía ninguna gana de escuchar lo que me tenía que decir ese aprovechado. Solo me había deslumbrado para follarme mejor.

–¿Élisabeth? ¿Liz? No le has puesto azúcar al té, deja de removerlo de esa manera.

–Ah, sí, perdón, ¿decías?

Mi falsa indiferencia no debía ser muy convincente.

–Sé que puede sonar mal, pero te prometo que no había nada premeditado (sí, claro, ¡seguro!)... Me gustas mucho... mucho (recalcó la palabra). Eres hermosa, inteligente, divertida (ahora vienen los violines)... pero (ah, ya hemos llegado al pero , no le ha faltado tiempo)

¡No soy para ti! Yo no soy un buen tipo, sabes (no hacía falta que me lo dijera, eso lo había adivinado yo solita)... Te haría daño (como si no me lo estuviera haciendo ya). Te mereces algo mejor. Elizabeth (casi susurraba), mírame, dime que soy un hijo de puta, si eso te consuela.

¡Di algo o te follo ahora mismo encima de esta mesa! (ahora había subido el volumen y todas las cabezas se dieron la vuelta para mirarnos)

ATRAPADA.Where stories live. Discover now