CAP (1) Envuélveme en la oscuridad

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Mientras avanzaba hacia ella, me quité la chaqueta, tirándola sobre un sillón, y luego desanudé mi corbata. Con cada paso que daba sentía su olor, uno fino y discreto, alguna mezcla de flores, muy fresco.

—¿Estamos solos? —preguntó, dejando al fin que escuchase su voz, una de esas que destilan inocencia en todas direcciones, una dulce melodía.

Sonreí y me quedé de pie detrás de ella.

—Solo tú y yo —le susurré al oído mientras cubría sus ojos con mi corbata, usándola como una venda—. ¿Y tu nombre es...? —pregunté.

—Tessa —contestó insegura luego de varios segundos tumultuosos, tiempo que consideré necesario para que me diga una jodida mentira. Un invento.

—Tu verdadero nombre —insistí, alejando los mechones de cabello de su cuello, dejándolo expuesto ante mi vista, notando el pulso alterado en su arteria y entendiendo la tensión que sentía.

—Nunca diga mi nombre —respondió mientras acerqué mis labios a su piel.

—Estoy seguro de que puedes hacer una excepción, así que, por favor, dime tu nombre —repliqué indignado, haciendo énfasis en el "por favor". Soplé el aire frío que nos envolvía a lo largo de su cuello, hasta llegar a su hombro.

—Puedo decírtelo—hizo una pausa, permaneciendo completamente inmóvil—, pero no quiero hacerlo.

—Bueno —dije tranquilo, mirando su mejilla y después sus labicarnosos—Te—. Te apuesto que al final de la noche tú sola me lo habrás dicho.

Sonreí una vez más al verla mordiéndose el labio inferior con enojo y apretando el puño a un costado de su cuerpo. Estaba bastante confiado en mi instinto, que me decía que si las cosas hubieran sido diferentes ya me habría regalado una tremenda bofetada.

—Ahora dejaré de jugar porque quiero tomarte muy en serio —la anuncié con voz ronca, desabrochando la cremallera de su vestido apretado, que cayó lentamente al suelo luego de haberse deslizado a lo largo de sus curvas provocadoras que me incitaban y apresuraban para iniciar el juego.


Narrativa: Rose Paige

Sus últimas palabras, tan autoritarias y exactas, crearon unos ligeros escalofríos en mi columna vertebral. Mi centro gravitacional cambió de repente cuando me cargó entre sus fuertes brazos. Al instante pude sentir su perfume masculino mezclado con una tenue onda de tabaco que se había impregnado en su piel. Dicen que el perfume es un buen adelanto acerca del hombre que tienes enfrente. Mejor dicho, el hombre que tenía sobre mi cuerpo, porque de un momento a otro me vi acostada sobre una cama enorme con toques delicados iguales al terciopelo.

Mi vista seguía nublada porque el desconocido varón decidió privarme de su imagen, cosa que solo aumentaba el miedo que sentía en mis adentros. Consideré, dejándome llevar por sus indicios: su voz, su fuerza, su perfume, que no era un hombre viejo, sino que me atrevía a etiquetarlo como un hombre que hace poco alcanzó la madurez física.

Su barba corta irritaba mi mejilla, mientras que su boca chupaba lentamente la piel frágil de mi cuello. Sus dientes alternaban las mordidas, pasándose de tierno a duro en cuestión de segundos, causándome dolor para después lamerme la piel con delicia.

Con un movimiento rápido cambió de posición, acomodándome sobre su cuerpo atlético y haciéndome sentir su miembro duro a través del pantalón. Agarró mi cintura con sus manos mientras yo apoyaba las mías frías y temblorosas en su abdomen, «¡Esperen, ¿tiene abdomen?!», pensé.

Seguidamente, me tomó de la cintura con sus manos ardientes, moviéndome el cuerpo y especialmente mi feminidad, aún escondida a lo largo de su erección, que palpitaba cada vez que se encontraba con mi punto más caliente.

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