Una herida abierta

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Paró durante unos instantes, alzando la cabeza de esos papeles que invadían su mesa. Cada vez estaba más absorbida por los negocios que llevaba su empresa, a punto de fusionar una de sus eternas rivales y aumentar su capital en exceso, a pesar de que el dinero no era lo más importante sino el respeto, toda su vida había sido una don nadie, perdida por malos caminos hasta que tuvo la oportunidad de enmendar sus sendas, hasta que encontró un hogar y una familia que la aceptaron y la amaron.

El pasado era un foso oscuro al que no solía asomarse, lo había enterrado tras un millar de heridas abiertas. Su futuro era brillante y ella lo sabía, podía saborear el triunfo ya al alcance de su mano, solo faltaban unas semanas para sellar y firmar la compra de aquella empresa que le traía de cabeza, mas no podía centrarse en sus papeles, no sabiendo que un fantasma del pasado entraría por su puerta en cualquier momento.

Recordaba perfectamente su marcha de Arkadia hacía ya tantos años, un lugar al que había jurado no volver jamás, el pueblo donde había conocido la miseria humana y la depresión. De esos años no recordaba más que dolor y sufrimiento, pero también guardaba en su corazón ternura por aquella que en cualquier momento se presentaría en su despacho. Ontari Fisher, su mejor y única amiga ya que tras Arkadia jamás interactuó con la gente, su coraza había sido forjada y no dejó que nadie penetrase.

Ontari, pensar en ella le hacía sonreír, siempre fue una chica tímida y dulce con ella, la única que no se reía de sus gafas enormes o sus ropas raídas, la única que veía en ella mucho más que una huérfana sin futuro. No entendía qué podía querer de ella, ya que por lo que sabía todo en su vida iba bien, se casó y era feliz... Se preguntaba también qué estaba haciendo en Boston ya que su hogar estaba en el pintoresco pueblo al que ella juró no volver.

Imaginó mil escenarios en los que Ontari la necesitara, intentando evitar pensar en su familia, de un miembro en especial a quien prefería desterrar de sus recuerdos, unos ojos azules, intensos, cargados de odio y maldad, cargados de ironía, su risa sin alma a medida que iba profundizando las heridas de un alma solitaria que solo buscaba aceptación y comprensión.

Desterrando esa imagen de su cabeza y escondiéndola una vez más en sus oscuros recuerdos, alzó la mirada para constatar que sus oídos no la traicionaban y que, efectivamente, la puerta de su enorme despacho se había abierto y por ella entraba su amiga de la infancia. Ontari miró con asombro toda la estancia, sobrecogida por su majestuosidad y su lujo, hasta posar su mirada sobre la castaña de ojos esmeralda que se levantó de la mesa en el acto y fue a abrazarla.

Entre risas y parloteando casi a la vez, ambas se miraron con cariño ya que habían sido muchos años los que pasaron sin verse, finalmente se sentaron y la castaña constató que su amiga estaba nerviosa, muy nerviosa.

-Ontari, tranquila, que yo sepa aun no como personas

-Ha sido difícil encontrarte Lexa, no sabía que habías cambiado de apellido

-Cuando los Woods me adoptaron me dieron su apellido, lo acepté de buen grado

-Bueno, te estarás preguntando por qué después de tantos años te pido que nos veamos

-La verdad es que sí, por las pocas cartas que hemos intercambiado sé que las cosas te van bien, me extrañó que necesitaras mi ayuda

-Bueno, yo estoy bien pero no te he pedido que nos veamos por mí, sino por Clarke

-Sabes bien que no quiero saber nada de ella Ontari, por muy hermana o hermanastra tuya que sea me da igual

-Lexa, sé que la odias, yo también lo hacía cuando íbamos al instituto, sé que tienes motivos para no querer saber nada de ella, pero también sé que eres una buena persona y que la ayudarás, se ha ido de Arkadia y necesita trabajo

-Y te manda a ti a hacer el trabajo sucio, típico de miss perfecta

-Ella no sabe que he venido, ni siquiera sabe quién eres Lexa. Somos amigas y te conozco, voy a dejarte su currículum, piénsalo y llámala, merece una segunda oportunidad

Ontari le dio un folio y se marchó, sin darle oportunidad a negarse a coger el currículum de aquella que acertadamente llamaba "La comandante de la muerte". Le dio la vuelta y lo primero que le llamó la atención es que no había fotografía, que la chica más popular del instituto no había terminado sus estudios y, como una veleta, había ido de un trabajo a otro en los últimos cuatro años. Ontari no le explicó en ningún momento qué problema podía tener su hermana, aunque tampoco le importaba mucho.

¿Contratar a Clarke Griffin? ¿Sacarla de un problema? Ni loca, prefería dejarla podrirse en su miseria que ayudarla.

Iba a destruir ese currículum cuando se frenó de pronto y su mente, como engranajes, empezó a funcionar a toda velocidad, mientras una sonrisa helada se dibujó en su rostro. ¿Por qué no contratarla? Las cosas serían muy distintas, ya no estaban en el instituto, en Industrias Woods ella era Dios y podía usar su estatus para devolver una a una cada humillación recibida.

Las imágenes de Clarke hundiéndola en la miseria, su mirada oscura, su risa carente de sentimientos, su voz cargada de insultos, sus puñaladas, todo pasó por su mente durante unos instantes y tomó su decisión. Iba a ser divertido tener bajo sus órdenes a la comandante de la muerte.

Apretó el botón instalado en su mesa que llamaba a su chica para todo y ayudante, Anya. Esta entró con una sonrisa y nada más verla, Lexa le entregó el currículum sin apenas mirarlo.

-Anya, quiero que llames a esta mujer y la contrates

-Clarke Griffin... ¿Para qué digo que es la entrevista? Que yo sepa no estamos buscando a nadie

-Dile que es para ser secretaria, o algo así, ya nos inventaremos algo. Quiero a esta mujer trabajando para mí

-Está bien jefa, ahora la llamo

Vio salir a su ayudante, dispuesta a cumplir con su encargo e intentó seguir con sus papeles y su trabajo pero, tras media hora mirando un punto inexistente en el horizonte, suspiró y cogió su chaqueta dispuesta a marcharse. De todas las personas del mundo, tenía que ser Clarke Griffin la que acabara trabajando para ella, tenía que ser la mujer que la hundió en la miseria, tenía que ser aquella chica insolente y despiadada que había conseguido robarle el corazón con una sola mirada

La última miradaWhere stories live. Discover now