Introducción

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Anima una et cor unum.
(Un solo corazón y una sola alma).

Introducción

Una vez me dijeron que las verdaderas cicatrices estaban ocultas bajo la piel, bajo la carne, en el fondo del espíritu, ese lugar preciado donde se refugian los sueños. Y que las heridas no las producía el aire, siempre había un verdugo.

¿Recuerda cuando preguntó si hubo alguien que nos hubiera marcado, profesor? ¿Cuando dio como consigna, otra de sus inusuales tareas, que escribiéramos el nombre de esa criatura que nos convirtió en aquello que nunca deseamos ser?

Estaba sentada en este mismo banco de la primera fila, en línea directa de visión de su escritorio. Entonces el salón se veía atestado de alumnos, ahora en cambio la clase ha terminado, el telón del día ha caído hace horas y solo he quedado yo. Su mejor estudiante, adversaria principal en sus debates filosóficos sobre el bien y el mal. Un rostro estándar que podría perderse entre una multitud, otro cordero conforme con seguir al rebaño.

No sé de dónde obtengo el valor para contarle esto. Quizá sea esta falsa sensación de que somos los últimos seres del universo, aquí en el salón trescientos cincuenta y dos al final del campus universitario. Quizá sea la necesidad de sacar esa pesadilla a la luz por única vez.

Últimamente afloran a mi memoria fragmentos de una historia que forman el rompecabezas de mi vida. Usted me dijo que algunas anécdotas eran como los acertijos: recién al final el receptor se daba cuenta de lo simple que había sido todo, de la diversidad de pistas, advertencias que su creador fue sembrando mientras narraba.

¿Que si hubo alguien que me dejó cicatrices invisibles?

Ambos sabíamos que mi negativa a esa pregunta fue una descarada mentira. Yo, al igual que usted y cada estudiante que asiste a su seminario, guardo una historia de la que no me enorgullezco. Porque sí hubo una bomba de tiempo que no supe detener hasta que fue demasiado tarde...

Dos gotas carmesíWhere stories live. Discover now