CAP (11). ¿Aceptas?

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«¡Mil demonios! Anoche no sentí ningún maldito dolor.»

Una vez dentro de la cocina me quedé bloqueada y con la mirada fijada en la mesa. Un desayuno de cuento. Sí, cualquier mujer soñaba con eso, pero para mí era un tormento, porque en mi mundo eso nunca pasaba y lo peor que podría ocurrir era acostumbrarme a una vida así.

Fue el primer momento en el cual apareció mi voz interior que me gritó a todo pulmón lo rápido que debía alejarme de ese hombre.

Cuando me fijé con más atención en la mesa pensé en mi mamá y por primera vez después de mucho tiempo le agradecí. Fue una intensa, una pesada que me obligaba a leer un montón de libros y participar en clases de educación y dicción. La falta de modales era algo que ella nunca había tolerado. Creo que eso se debe en gran parte a mi abuelo, la educó y creció con modales dignos de la alta sociedad. Bueno, al final de todo la familia de mi mamá hizo parte de la alta sociedad hasta que conoció a mi papá, momento en que dejó el lujo y se fue detrás de él siguiéndolo al pueblo donde él vivía.

«¿Acaso estar enamorado es sinónimo de ser un verdadero e irrefutable estúpido? Si no, entonces ¿Por qué cuando nos enamoramos parecemos máquinas dirigidas por corazones sin razón y sin sentido?»

—Abre la boca.

Lo miré confusa, sin entender nada, mientras llevaba su mano a mi boca. Entre sus dedos mantenía un chocolate pequeño, rotundo y blanco. Lo acercó a mis labios sin darme tiempo para cuestionar algo. Una vez que el chocolate acarició mis labios, lo sentí deslizándose lentamente—cremoso, frío y delicioso.

—Ayuda en casos de dolores musculares—me guiñó el ojo antes de alejarse de mí—Vamos a comer—añadió, esperándome de pie al lado de la mesa.

—¿Qué es lo que quieres hablar conmigo?—pregunté una vez sentada a la mesa, pero no obtuve ninguna respuesta. Agarró las dos tazas de café y me enteré de una de ellas—.Gracias.

—Te tengo una propuesta—habló de repente después de masticar la primera mordida de pan integral. —Necesito que me escuches muy bien.

—Te escucho—dije antes de llevar la taza a mis labios. Si el olor me estuvo mareando, con la primera gota de café confirmé mis sospechas, ese café era dos veces más fuerte del que yo acostumbraba a tomar normalmente.

—Creo que podemos combinar el trabajo con el placer—me dijo algo incómodo, pero al mismo tiempo con decisión mientras me fijaba con la mirada. —Nos llevamos bastante bien en muchos aspectos—añadió, expresándose de una manera gentil.

—Ve al grano, ¡por Dios!

—Debes aprender a tener paciencia. La vida es como un juicio, primero se averigua y escucha y solo se actúa—habló y realmente lo hizo de manera sincera, sin rasgo de egocentrismo o superioridad.

—En este momento la paciencia es lo que me falta— repliqué mirando la pantalla de mi teléfono. —No quiero ser grosera, pero...—me interrumpió hablando tranquilamente.

—Quiero que me acompañes a Roma.

—¿Qué?— murmuré sorprendida.

—Solamente serán dos semanas— hizo una pausa mientras me miró a los ojos—Yo no me quedaré solo por las noches y tú tienes la chance de ganar dinero y visitar un nuevo país—añadió Colin. —La que establece los límites y el precio eres tú. Yo solo sé que te necesito conmigo.

—No puedo—contesté aún pensativa.

—No debes decírmelo ahora. Primero, piénsalo.

—Yo no soy precisamente ese tipo de dama de compañía—gesticulé nerviosa y algo decepcionada por su oferta.

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