17. Fuga

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Ya a lo lejos, miré una última vez a aquella enorme mansión que me había dado grandes dolores de cabeza los últimos años de mi vida. Allá, casi sin verse, la luz del amanecer golpeaba su tejado; volviéndome a preguntar en silencio si realmente quería dejar todo atrás.

Respiré sabiendo que tal vez no era del todo inteligente, pero me giré hacia el frente dándole al fin la espalda a esa ventana y esa cama en la que dejaba al amor de vida.

Un amor que seguramente despertaría tratando de abrazarme y mimarme por la noche maravillosa que habíamos tenido antes.

Vaya sorpresa se llevaría cuando no me viera en aquel lugar que había sido mi amigo y enemigo por tanto tiempo...

Seis años habían pasado y seis años habían transformado radicalmente mi forma de pensar. Había pasado de ser una chica perdida en la tormenta de nieve, a ser una madre decidida y desconfiada que daría todo por encontrar al pequeño que se había abierto paso a este mundo de sus entrañas.

Ya era hora de salir de mi zona de confort.

Diana había sido la clave, no podía mentir. Había sido increíble que había tenido que estar en su cuarto, haciéndome mil y un preguntas en silencio, para poder entenderme. Vaya que comprender que mi otra yo lo había sabido desde antes de que sucediera había sido un golpe duro, pero no por eso iba a dejar que se me adelantara.

No sabía por qué no me respondía, pero estaba segura de que el hombre de azufre, ese día y esa noche, le había hecho algo.

¿Pero qué había sido?

A como tenía entendido, los le-kras éramos seres extraños e incomprendidos. Odiados y anhelados por muchos. Vampiros sobrenaturales de los que no había mucha información más de lo que los propios le-kras informaban a quienes escribían sobre nosotros. Estaba cien por ciento segura de que ni siquiera ellos, los que estaban encargados de escribir la historia, sabían sobre los subconscientes que vivían a propensas de que los originales murieran o que estos podían comunicarse mentalmente para decidir patrones y planes de guerra.

Sabiendo esto, ¿cómo era que mi otra yo había desaparecido, así sin más, un día cualquiera?

No tenía sentido alguno.

Mi otra yo, esa Nicole poderosa y prepotente, no podría haber muerto, ¿o sí?

Seguí caminando por la vereda con aquello en mente, preocupada sin siquiera saber por qué.

Era una gran verdad que yo la odiaba. Era una persona diferente a mí que anhelaba verme muerta. Era un parásito que se desvelaba por matar y atacar a sangre fría a cualquiera que se le pusiera en frente y no era una gran sorpresa el saber que no le importaba en lo más mínimo mi vida sentimental.

Ella siempre había dicho que solo quería divertirse, matar a placer y destruir a todo el que pudiera; pero varios años antes de que ella desapareciera, mi otra yo había cambiado su forma de pensar.

Lo había dicho tantas veces que ahora me culpaba por no escucharla.

Ella había mencionado una misión del que no me había dado mucha información, pero que parecía agitarla de cierta manera. "Debo matar a alguien", eso era lo que había dicho varias veces.

Ok, quería matar a alguien, ¿pero a quién?

Con aquella pregunta en mente, miré el bosque al que me habían llevado mis piernas sin rumbo. Los grandes pinos, secos por el invierno, estaban cubiertos de nieve; los animales estaban resguardados en sus agujeros y el aire se sintió tibio al contraste de mi eterna y helada piel.

Colores clarosHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin