11. Siete años borrados

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Por un cuarto de segundo, me quedé en blanco; tan helada como el propio aire de marzo que azotaba aún las ventanas desde afuera. El cuarto de madera me achicó el corazón de una sola pisada. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba la habitación que tanto me había tardado en pintar? ¿Dónde estaban los muñecos de acción, los cubos de madera y los balones de colores que le habíamos regalado Blake y yo? 

—¿Por qué estamos en el cuarto de limpieza? —Alex me preguntó por detrás.

Me quedé hecha piedra en mi lugar. ¿Qué estaba pasando? Volteé a ver a todos lados y fue entonces cuando lo recordé. A él, al hombre de la maldita ventana. Mi corazón se aceleró de pronto, sin poder evitar mirar a quien no entendía que hacíamos ahí.

—Ven conmigo. —Le tomé la mano con fuerza y sin decir ni una palabra más, lo arrastré a prisa por los pasillos y escaleras. 

Bajamos los pisos como dos locos sin rumbo. Alex no dijo nada, ni siquiera intentó detenerme al verme tan alterada. ¿Por qué el cuarto de Max estaba de esa manera? ¿Por qué habían escobas y tinas llenas de polvo... como si nadie hubiese pisado aquel lugar desde hacía ya un tiempo?

—¿Nicole? —Alex habló cuando llegamos a las escaleras principales. Parecía aturdido, algo sacado de su zona de confort—. ¿A dónde...?

No escuché lo que seguía, comencé a buscar a alguien, el que fuera que pasara. Tenía el rostro ceñido. No estaba enojada, pero mi naturaleza materna había salido a flote. Estaba angustiada, preocupada. ¿Dónde estaba? Mi corazón palpitó como si no hubiera un mañana. Cientos de teorías flotaron en mi mente como nubes negras que auguraban un mal momento. ¿Qué le había pasado a mi hijo?

Alexander se mantuvo callado en cuanto vio mi rostro, seguro se estaba enterando que algo muy malo había pasado. La felicidad de la que yo tanto presumía al comienzo de la noche, ya no estaba en mi cara.

Traté de controlarme, de no explotar en gritos y llantos. Llamé por Max varias veces, cada vez más alarmada de antes. Alexander intentó entender que estaba pasando, pero justo cuando iba a decirme algo, volví a moverme.

Caminé hacia el comedor, sin importarme si habían vampiros o no comiendo; sin embargo, el lugar estaba terriblemente desértico... tan desértico que me hizo querer vomitar.

¿Dónde estaban aquellos ojos rojos que siempre intentaban comerme?

Alexander se extrañó por ello también pero no dijo mucho, tan solo me tomó del brazo, como si de aquella forma tratara de protegerme.

—¿Dónde están todos? —Fue lo primero que dije.

Alexander no contestó, pero miró a todos lados con los mismos ojos sospechosos que yo. ¿Qué estaba pasando aquí?

El silencio me embriagó y me hizo sentir, por un momento, las nauseas más angustiantes de la noche. El que ningún vampiro estuviera aquí, ¿tenía algo que ver con Max?

—¿Hay alguien...? —Grité. 

Se hizo un eco en mi voz, pero cuando Alex y yo creímos que no tendríamos respuesta, escuchamos como las puertas del patio se abrían. Kelly, quién al verme montó unos ojos de asombro y miedo, se asomó por la puerta sin decir ni una sola palabra. 

—¡Oh, Kelly! Por fin encuentro a alguien. —Respiré un tanto más tranquila.

Miré a mi casi esposo con una nueva sonrisa en mi rostro, puesto a por toda su ausencia, se había perdido de varias reuniones familiares, noches de mordidas e iniciaciones de mascotas nuevas. Sonreí de medio lado al momento en que miraba la seriedad de Alexander sobre el rostro ajeno.

Colores clarosWhere stories live. Discover now