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VIMOS LOS RAYOS mucho antes de que empezara la tormenta, pero aquella noche de un viernes que podría haber sido cualquiera (y que en realidad no lo era) decidimos tomar el camino de tierra de todos modos, aún sabiendo lo cruel que puede llegar a ser la naturaleza a veces, y convenciéndonos de que todos juntos estábamos un poco más a salvo.

    El camino era irregular, lleno de piedras pequeñas y arena. Sin embargo, no era demasiado largo y tampoco se hacía pesado. Nuestros pies se movían al unísono, levantando polvo en la oscuridad. Uno, dos. Tres, cuatro. La luna, redonda, grande y llena (como era habitual durante esas fechas) iluminaba el camino, creando todo tipo de formas y sombras a nuestro alrededor.

    Todo lo demás no era más que campo.

    Y allí estábamos nosotros, todos mezclados: los Desviados y los chicos del Komando.

    La estridente risa de Trijota retumbó en el cielo como el más fuerte de los truenos, con la excepción de que no pretendía asustarnos como lo estaba haciendo la inminente tormenta. Su risa era cálida, alegre.

    Su risa nos guiaba en nuestro corto viaje hacia otra de las muchas borracheras que no recordaríamos.

    —¡No me lo puedo creer! —decía en voz alta. Al reírse, siempre abría mucho la boca y echaba la cabeza hacia atrás en un gesto lo más humano posible, pero libre.

    —Te lo juro —le contestaba un Cameron sonriente. 

    Para mi desgracia, le había estado contando la historia de la marihuana a él también. Por un momento me pregunté cuándo dejaría de hablar sobre lo ocurrido. Sabía que nunca.

    —Estos chicos... —murmuró Trijota, y después sacudió la cabeza—. Yo a vuestra edad no hacía ese tipo de cosas.

    Solo era tres años mayor que yo.

    —¿Y qué es lo que hacías, entonces?

    —Pues cosas un poco más normales. Como quitarle la ropa interior a la vecina y usarla de trapo para limpiar mi motocicleta.

    —No te olvides de los coches volcados —exclamó una Desviada de pelo rojo antes de echarse a reír—. Ni de las casas abandonadas a las que entrábamos. ¡No lo olvides nunca!

    —Eh, pero que conste que yo fui el verdadero cerebro de la operación —seguía hablando Cameron. La verdad es que era incansable—. Jack solo es el guapo.

    La pareja caminaba varios pasos por delante de mí. Me fijé en que Trijota se había quitado las famosas rastas que tanto le caracterizaban y distinguían de los demás. Ahora quedaba muy poco de su pelo negro, rizado. Lo tenía tan corto que casi parecía una persona totalmente diferente. Sin embargo, seguía vistiendo la misma ropa vieja y holgada.

    El verano era largo, corto pero largo, y habían muchas fiestas para nosotros antes de que acabara. Una diferente cada fin de semana, en distintos pueblos. Todas nos aguardaban con deseo. Las nuestras, las de nuestro pueblo, eran siempre las últimas, las que despedían el verano. 

    Las mejores.

    Por norma general intentábamos convencer a cualquiera para que nos llevara en coche a los otros pueblos porque era lo más cómodo, pero aquel día no habíamos tenido suerte. Y allí estábamos: caminando seis kilómetros hacia nuestro destino.

    De repente tiré hacia arriba de la pesada bolsa y le eché una mirada de odio a Ben.

    —Tienes que cogerla por el asa —le dije, y volví a tirar con más fuerza para enseñarle cómo tenía que hacerlo—.  Así, ¿lo ves?

Blackjack [#2]Where stories live. Discover now