– Cariño, recuérdame dónde dejé las bolsas de la compra, por favor.

Parpadee repetidas veces, saliendo de un pequeño trance en el que caí luego de ver una antigua fotografía en mi portátil. Giré mi cabeza hacia la derecha y sonreí, me puse de pie para caminar hacia donde se encontraba él de espaldas buscando las llaves del departamento en su mochila.

– ¿Cuáles bolsas? –le abracé por la espalda y coloqué mi mentón sobre su hombro izquierdo– Llegaste a casa todo tonto mirando el móvil. No sabía que habías salido a hacer la compra. –sonreí y le planté un casto beso en el cuello, para luego girarlo de modo que quedase su rostro frente al mío, bufó nervioso y posó sus abrazos sobre mis hombros– Debemos llamar al tipo del Uber, ¿no es así?

– Es que soy un gilipollas, tío. –hizo puchero– Tengo algún problema en la cabeza no sé, es que esto ya no es normal.

– Lo que tu tienes es un problema con el móvil, pedazo de tonto. –sonreí sin mostrar los dientes y llevé mi mano derecha hacia atrás de mi cabeza, para retirar delicadamente su móvil de entre sus manos– ahora yo llamaré al uber, y voy a granputear a ese retrasado por no tener la decencia de devolverle sus putas bolsas de compra a mi jodido novio, y tú, vas a ir a la habitación y te darás una ducha, porque tío, no sé que cojones te tiene así de enganchado pero al parecer es lo suficientemente interesante como para que además de olvidar las bolsas de compra, olvides que tienes que ducharte en las mañanas. –suspiró suavemente y peinó mi cabello hacia atrás–

– Puto.

– Tu puto, amor. Ahora vé y duchate. –asintió y besó mi mejilla antes de caminar con prisa hacia la habitación–

Luego de un rato llegó el tipo del Uber con todas las bolsas de Rubius, se disculpó como mil veces y luego desapareció. Yo aproveché mi rato libre para ayudar a mi novio a guardar las cosas en la despensa y el frigorífico, lanzándole miradas furtivas y palmadas en el trasero, solo para ver como se sonrojaba.

En algún momento terminamos con nuestra tarea y nos sentamos en la isla de la cocina con las piernas cruzadas y un bote de helado de menta y chispas de chocolate entre nosotros. Comimos en silencio, disfrutando de la compañía, él me sonreía cuando me pillaba mirándole por mucho tiempo, o me hacía gestos indecentes con la cuchara. Como amaba a ese hijo de puta, lo amaba tanto que no estaba seguro de siquiera haber amado antes; pues nada de lo que había sentido nunca se acercaba siquiera en lo mas mínimo a lo que sentía por él.

– ¿Cariño? Mangel, tío. –fruncí el ceño y parpadee– Hazme caso joder, pareces un puto zombie macho.

– ¿Eh?

– ¿Eso es lo único que dirás? Llevas como 5 minutos con los ojos abiertos sin pestañear. ¿Estás bien? Cariño, tienes una cara de susto de cojones.

Es que me cago en todo, tío.

Relajé el ceño y me acomodé en la cama lentamente, miré a beatriz aún medio flipado y le regalé lo más parecido a una sonrisa que me salió. Suspiré y le pedí que por favor no se preocupara, que estaba bien; ella sonrió, sin esperar mayor explicación se recogió el cabello en una cola de caballo, tomó sus cosas y salió de mi departamento diciendo que iría a ver a una amiga.

Tantee mi mesa de noche hasta encontrar mi móvil y llamé a Rubén, sudando frío y con las manos aún temblorosas. No me había dado cuenta de que estaba aguantando la respiración hasta que escuché su adormilada voz al otro lado de la linea y solté un gran suspiro.

– ¿Mangel? ¿Que coño tío? –sonreí, manteniéndome en silencio, recostándome en la cama nuevamente– ¿Hola? Mangel no jodas no estoy para tus gilipolleces. Anoche tomé demasiado, estoy con una resaca que lo flipas.

Serendipity ‡ rubelangelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora