Tomé en silencio la taza. El sabor a manzanilla inundó mi paladar y sin saber por qué, me sentí tranquila.

—Gracias —dije al final—. Una exquisita taza, al decir verdad.

—No tanto como tú. —Sonrió.

Dejé de tomar y la miré confundida. La niña volvió a reírse y se acomodó esta vez el cabello plateado a los costados de su pecho casi inexistente.

—Sabes, Nikkie... siempre te quise en mi cuarto.

—Diana, creo que estás malinterpretando las cosas. Sabes bien por qué estoy aquí.

La niña dejó de sonreír.

—Max.

—Exacto —susurré—. Es mi hijo y no pararé de buscarlo.

Diana dejó la taza en su mesa rosa y entonces volteó a verme de nuevo.

—¿Y sabes en dónde comenzar a buscarlo?

—No, traté de escaparme de aquí e irme, pero algo me detuvo. —Empecé a hablar sin mediar las palabras—. Algo pasó aquí, Diana. Lo sé, puedo olerlo. Las cosas no están bien.

—¿Y qué crees que pasó?

—No sé. Un día estaba a punto de morir y el siguiente día...

—¿Morir?

Dejé de hablar y me mordí los labios al verme interrumpido. No sabía si confesarle esto a Diana era la mejor decisión de todas, pero ¿a quién más iba a contarle si no tenía aliados ahora? Respiré con fuerza y sabiendo al menos que debía de tener una opinión externa, terminé por relajar mis músculos y mirar de nuevo la taza media llena que me reflejaba.

—Tú recuerdas qué pasó Diana. Dejé de beber sangre por mucho tiempo, tuve un hijo que me engulló por dentro y terminé desangrándome por él todos estos años. Lo crié y lo alimenté por mi cuenta; todo eso me pasó factura estos últimos meses.

—No comprendo.

Mojé mis labios al recordarme enferma y débil.

—¿Has tenido periodos prolongados de ayuno, Diana?

—¿No comer? —Resopló—. No, no estoy tan loca... pero una vez, hace un tiempo, existió una vampira que lo intentó, creo que se llamaba Margaret.

—¿Y qué le pasó?

—Perdió el control, se volvió loca y se deshizo en cenizas. —Aplaudió como si eso realmente diera risa—. Nadie dejaría de comer por gusto, Nikkie... al menos no después de ver esa escalofriante escena.

—Bueno, algo así me quiso pasar.

—¿Te afecta el no comer?

—No de la manera en que le afecto a esta tal Margaret.

—¿Cómo te afecta a ti?

La observé casi echándoseme encima. Tenía una mirada de gozo al curiosear con cada una de sus preguntas. Parecía que se relamía los labios con cada respuesta que le daba. ¿Por qué le interesaba tanto? No era tan importante.

—Me siento débil y pierdo la orientación, ¿ok? —Mentí. Por alguna razón, no quería decirle al mundo que perdía la vista y que morir de hambre significaba dejar el cuerpo para dárselo a alguien más, al le-kra que yo tenía dentro—. En fin, eso me pasó el último día que vi a Max. Me sentí perdida por un tiempo y entonces, cómo si todo hubiera sido un sueño, desperté en mi cama.

—¿Y ahí llegó Alex?

—E-exacto... —titubeé—. ¿Esto no tiene sentido, verdad?

Diana torció su boca, mientras se ponía a pensar con una de sus manos y se daba pequeñas golpecitos en su frente con la otra.

Colores clarosWhere stories live. Discover now