Capítulo 20: Con olor a hierba. (1/2)

Start from the beginning
                                    

Soltó su ropa dentro de la maleta que estaba sobre su cama, corrió hacia mí, me tomó de las manos y me llevó con ella.

—Ven conmigo—dijo, en tono triste—no quiero que te quedes acá sola.

Le sonreí.

—No te preocupes por mí, no quiero molestar a tus papás —dije, porque recordaba de las conversaciones que había tenido con ella que su casa era de interés social, y por lo que recordaba de eso, debía ser una casa con solo dos habitaciones, en verdad no quería molestar a nadie. Además Ángela iría con ella.

—Si es por Ángela—adivinó—te aseguro que pueden aprovechar para hacer las paces. Es muy idiota que ustedes estén peleadas cuando el que provocó todo ese daño fue Alex.

Y yo, pensé.

—No te preocupes—insistí, y luego la abracé—voy a estar bien, escribiré mucho, tendré tiempo para leer. La pasaré muy bien acá, además pronto tendré dinero para comprar buena comida.

Lorena suspiró.

—Pero nadie merece pasar la navidad solo—dijo, con el labio inferior pronunciado en un pequeño gesto que comenzaba a convertirse en puchero. Suspiré de ternura, ella se preocupaba por mi soledad, si saber que yo llevaba años sola, un día más no me haría daño.

—No creo que sea la única que se quede—dije, aunque era lo más probable—alguien más se ha de quedar, recorreré los pasillos en busca de alguien que tampoco pueda ir a casa y me haré su amiga.

Lore medio rió por mi comentario. Eso solo pasaba en los libros de cuentos.

Después de muchos pucheros y suplicas Lorena estaba lista para irse. Me miró en la puerta, con las lágrimas a punto de salírsele.

—Feliz navidad adelantada—comentó, intentando poner su mejor cara, y luego me abrazó con fuerza. Pasamos largo rato una entre los brazos de la otra y luego nos soltábamos.

—Vete, ya es tarde—le dije, para animarla—Ángela debe estar impaciente, ya sabes cómo se pone.

—Ya sé—respondió, medio sonriendo—Cuídate mucho, te veré en enero, pero si cambias de opinión llámame, vendré a buscarte. Te lo juro.

No necesitaba jurar nada para que yo le creyera, si había alguien a quien le creía todo, era a ella. Ella y Walter eran mis amigos más cercanos. A Diego lo amaba, y a Alejandro, aunque me costara admitirlo, también lo quería, sólo que de forma distinta a mis amigos, no sabía describir que sentía por él. Ángela también significaba mucho para mí, a pesar de lo muy enojada que estaba conmigo. Pero a quien más quería, de forma desinteresada, pura e intensa era a ella, a Lorena.

Cuando Lorena se fue, me senté en el borde de su cama, pensando en lo sola que pasaría esas dos semanas. Serían catorce días de soledad absoluta, de silencio abrumador, de llanto desconsolado. Sí, sería igual que estar en casa.

Me arropé y desperté a la mañana siguiente con unos porrazos en la puerta. Desganada, y con la alegría de un mimo fui a ver quién era.

Walter estaba de pie en el marco de la puerta, vestía pantalones de mezclilla negros y estaba bien abrigado, signo de que pronto iría a algún lado.

—Tú vienes conmigo. —me informó.

Puse cara de desagrado y regresé a mi cama, el único lugar seguro para mí. Walt entró a la habitación y se arrodilló a mi lado.

—Es en serio—comentó, con esos ojos negros y cautivadores que tenía.

—Por favor no, —dije—no tengo ganas de ir a ningún lado.

Aquel era un castigo autoimpuesto, quería sentir los estragos de la soledad y la culpa, quizá no sería tan malo, de esos dos factores podría salir por lo menos un escrito decente.

—No te vas a quedar sola—insistió Walt, con rotunda negativa. —A mis papás no les molesta que lleve amigos a la casa. Las vacaciones pasadas Diego y Alex se quedaron todo el mes porque no querían ir a su casa.

Pensar en ellos me hizo sentir peor, y Walter lo notó, así que dejó de insistir. Solo pasó sus manos por mi cabello.

—Bueno, —suspiró, pero me hizo mirarlo—Te voy a dejar, pero me vas a prometer algo.

Medio me incorporé de la cama, interesada en su petición. Cualquier cosa que quisiera, yo estaba encantada de ayudarle. Él ya había hecho mucho por mí.

—No vayas a verlo—continuó, y de inmediato vacilé—ni a Alejandro.

—¿No se han ido? —pregunté, con una ligera pizca de esperanza en mi rostro, misma que él notó.

—Eso es lo que te estoy diciendo, Ingrid. —Comentó, serio—Ellos siguen enojados contigo, y si vas y se ponen violentos yo no voy a estar aquí para defenderte.

Me levanté de la cama, puse los pies sobre el suelo frío, y lo miré, al tiempo que me acomodaba el cabello detrás de la oreja. Ellos no eran violentos, por lo menos no más que yo, no más que cualquier persona herida.

—Se van mañana—continuó Walter —así que por favor mantente alejada de ese edificio sólo por hoy.

Asentí con fuerza, intentando impregnar un poco de ese peso a mi determinación.

—Promételo, Ingrid—pidió él, como si supiera que yo no era buena cumpliendo promesas, como si supiera que desobedecer se me daba muy bien.

—Lo prometo—dije.

—Bueno—asintió, y se puso de pie, me dio un beso torpe en la mejilla y salió, no sin antes dedicarme una miradita de despedida, lo detuve entonces

—Walt—lo llamé—¿Qué pasó con Netor?

Aún me sentía muy culpable por haber alejado a un muchacho que en realidad parecía agradarle a mi amigo.

—Es un pendejo—se limitó a contestar, luego sonrió para ocultar su tristeza—Feliz navidad, Ingrid.

Miré a Walt mientras se iba, pensando en lo desastrosa que era, hasta él había resultado afectado por mi culpa. Luego volví a la cama, en donde me hice un ovillo, y permanecí toda la mañana, con la mirada clavada en la puerta, esperando ansiosa a que pasara algo o a que me decidiera a poner de pie y hacer lo que tanto deseaba hacer.

Pero no lo hice, no pude acercarme a donde se encontraba la causa de todas mis penas, me sentía demasiado indigna para hacerlo, pero al día siguiente, el corazón me latía aprisa, desbocado. Ya casi era navidad, y él se iría en cualquier instante, de un momento a otro lo perdería para siempre, si es que no lo había hecho ya, tenía que intentar algo, lo que fuera, para evitarlo.

Como en estado de sonambulismo salí de la cama, me puse un suéter, los zapatos, me até el cabello para apartarlo de mi rostro y con un suspiro, me dirigí a su cuarto, con toda la esperanza de encontrarlo.

Con pasos seguros salí de mi edificio y me dirigí al siguiente, saludé con una sonrisa de cartón al guardia de la entrada de éste, temiendo que me preguntara por mi presencia ahí, pero no lo hizo, quise creer que era porque no le inspiraba desconfianza, o porque sentía lástima que de mí, alma solitaria el día antes de noche buena. Con un suspiro seguí caminando, cada vez con pasos más vacilantes. Cada escalón me costaba más que el anterior, las manos me sudaban, la cabeza me daba vueltas. Sólo quería que Diego me hablara como antes, si no quería perdonarme podía aceptarlo, pero no quería perder su amistad, eso era algo contra lo que no podía.

Cuando entré al pasillo que me llevaría a su habitación paré y clavé la mirada en mis zapatos. Había otra cosa que yo no podría soportar, y eran sus gritos, quizá no valía la pena seguir intentando hablar con él, quizá Walter tenía razón, y era un idiota igual que su hermano. Quizá debía dejar de intentar seguir a su lado, de cualquier forma, él tenía en su familia a alguien que jamás me dejaría olvidar lo que había pasado, y sin olvido no hay perdón definitivo. 

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now