Destrozo (Etapa VII)

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—¡Oye, tú! ¿Sabes quién soy? —declara una voz femenina, mientras su aliento pestilente inunda mis fosas nasales.

A pesar de que la tengo en frente y la estoy observando con los ojos muy abiertos, soy incapaz de reconocer el rostro de quien está hablándome. Las náuseas y el creciente vértigo impiden que logre enfocar correctamente. ¿Acaso será esta una de mis quimeras? ¡Tiene que serlo! Esa piel grisácea y ese par de iris amarillentos tan brillantes no pueden ser normales. ¡Tiemblo de solo imaginar lo que me espera!

—Aunque nos la hemos pasado de maravilla contigo, creo que ya tuvimos suficiente de ti, ¡maldito imbécil! —afirma el extraño ser, al tiempo que clava una aguja en mi brazo derecho.

El efecto de la sustancia que entra en mis venas a través de la jeringa envía una descarga de adrenalina inmediata a mi cuerpo. El letargo me abandona de golpe y mis atónitos ojos por fin consiguen distinguir la realidad. Estoy atado en medio de una habitación oscura y pequeña, repleta de cajas y objetos desordenados. Por la posición de los escalones que veo, deduzco que se trata de un sótano. No obstante, ese detalle pasa a ser irrelevante cuando miro a la supuesta quimera.

—Ahora sí me recuerdas muy bien, ¿no es cierto, mi querido Arthur?

Mi mente quiere rechazar la idea, pero no hay manera de ignorar la brutal verdad de carne y hueso que está parada enfrente de mí. ¡Es mi esposa quien habla! A su lado, se encuentran varios hombres desconocidos que la manosean con impudicia y me dedican una sonrisa burlona.

—¿Te ha gustado este largo viajecito alucinógeno de despedida? ¡Te creías el protagonista de los grandes clásicos de terror! ¡Eso fue lo mejor de todo! Y fue magnífico verte gritando y hablando incoherencias mientras mis amigos se divertían haciendo travesuras con tu cuerpo...

Es hasta entonces que decido mirarme. Estoy repleto de arañazos y cortaduras y... ¡la mitad de mis piernas y de mis brazos ha desaparecido! Intento gritar, pero no lo consigo. El ardor punzante en mi garganta me indica que mi cuello está lleno de heridas abiertas. La sensación de goteo sobre mi pecho desnudo me dice que he comenzado a sangrar.

—Ha llegado la hora de que termines de pagar por toda la miseria que me hiciste pasar. ¿Creíste que nunca me enteraría de tus orgías clandestinas? Parece que la dosis de sedantes que usabas en mí no fue suficiente esta vez. ¡Te vi engañándome con mis propios ojos!

Mi mujer suelta una carcajada estrepitosa y luego besa en los labios, uno por uno, a todos los tipos que la acompañan.

—¿Qué estás mirando? ¿No te gusta que te paguen con la misma moneda? ¡Hasta nunca, enfermo traidor!

Contemplo sus grandes ojos por última vez. Lleva puestos unos llamativos lentes de contacto amarillos, el único vestigio de mis visiones alucinatorias. Con ambas manos, está sujetando una escopeta que apunta hacia mi cabeza. Aprieta el gatillo y mi vista se nubla para siempre...

¿Qué estás mirando?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora