El castigo (Etapa VI)

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Aunque me mantengo en pie, mi cuerpo no es más que un puñado de carne convulsa. Una poderosa oleada de recuerdos ha conseguido destrozar la barrera de mi subconsciente. Es así como un funesto escenario llega para atormentarme. Una por una, las imágenes de la terrible noche que selló mi inevitable destino se presentan y me provocan fuertes náuseas...

Era una madrugada lluviosa a finales de noviembre. Me encontraba dentro de una habitación iluminada por la mortecina luz de una sola vela casi extinta. El lugar estaba repleto de instrumentos quirúrgicos y varias botellas que contenían sustancias multicolores. En el centro de la sala, había un amplio asiento metálico cubierto por numerosos cables y electrodos. Un musculoso ente grisáceo de rasgos femeninos estaba recostado sobre este. No se movía, pero estaba seguro de que pronto lo haría.

La ansiedad me consumía por completo. Tras varios intentos fallidos, por fin me encontraba a punto de concretar mis sueños. No me cabía duda de que había encontrado la combinación perfecta para la fabricación de mi propia colección de quimeras vivientes. Solo me restaba colocar un par de diodos en su debido sitio y la obra maestra estaría culminada. Con el golpeteo de las gotas sobre el cristal de la ventana como melodía de fondo, tiré de una palanca que activaba el mecanismo de la silla para dar descargas eléctricas controladas.

Un espantoso quejido idéntico a un aullido inundó la estancia tras la primera electrocución. Acto seguido, el cuerpo de la quimera se zarandeó de forma violenta, al tiempo que inhalaba y exhalaba con desesperación. Escasos segundos después, sus grandes ojos amarillentos se cruzaron con los míos. Tuve que contenerme para no gritar de la emoción. ¡Le había dado vida!

—¿Qué estás mirando? ¿Acaso piensas que te pertenezco? ¡Iluso! —afirmó el monstruo, con una sonrisa demencial.

En un parpadeo, la quimera se liberó de la camisa de fuerza que sujetaba sus extremidades superiores. Luego de eso, se levantó del asiento y me propinó una brutal bofetada. La potencia del impacto hizo que me mareara y cayera de espaldas sobre el suelo. A pesar de que mi visión era nula, podía darme cuenta de que la criatura estaba colocándome la prenda inmovilizadora.

—¡Has elegido tu destino esta noche! ¡Pagarás por el mal que nos has causado de una vez por todas, maldito enfermo!

Entonces, el ente unió sus labios con los míos y comenzó a succionar, como si pretendiera vaciarme los pulmones. Con cada aspiración suya, una parte distinta de mí era arrancada, podía sentirlo. Conforme mi consciencia se iba apagando, un coro de voces chillonas iba adquiriendo fuerza. Lo último que pude escuchar antes de desmayarme fue su perturbadora declaración.

—Experimentarás en carne propia nuestro sufrimiento antes de ser sacrificado. ¡Expiarás tus pecados!

Finalmente entiendo lo que sucede. Mis quimeras están torturándome a modo de venganza. Jugué a ser un dios cruel y recibiré mi justo castigo por ello. Así como yo aplastaba a los engendros malogrados, ellos vienen ahora para triturarme...


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