La torre (Etapa IV)

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El ardor en mi piel es reemplazado por glaciales cuchilladas que me hielan hasta el tuétano. Comienzo a hundirme con rapidez, casi parezco hecho de plomo. Mis desesperados pulmones están exigiéndome una bocanada de oxígeno para aliviarse, pero no puedo dárselas, pues sigo sin ser dueño de mis movimientos. Estoy seguro de que voy a morir aquí, ya no tengo fuerzas para mantenerme despierto. Sin embargo, cuando la última chispa de consciencia que me queda está por apagarse, mis pies tocan el fondo del estanque. Un montón de manos diminutas me sujetan y me halan hacia el interior de una masa espesa y tibia. Segundos después, aparezco tumbado sobre una superficie de piedra en donde por fin puedo moverme por mi propia voluntad. Inhalo y exhalo con frenesí por un buen rato.

Una vez que mi respiración se calma un poco, decido levantarme para mirar el sitio en donde ahora me encuentro. Es una habitación vacía, austera, con paredes lisas y una estrecha puerta que da al exterior. Noto unos débiles rayos de sol que se cuelan por dicha abertura. Atravieso el umbral y me doy cuenta de que estoy en la parte más alta de una torre con vista a un cerro. Está atardeciendo justo en este momento. El ambiente parece estar en completa calma, lo cual me desconcierta. Después de las espantosas circunstancias en que he estado involucrado antes, no puedo creer que ahora esté a salvo. ¿En dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí? En ese instante, cuando los últimos vestigios del crepúsculo se desvanecen y le abren paso a la noche, un poderoso aullido que proviene desde la cima de la montaña horada mis tímpanos.

Dirijo mi vista hacia allí y me encuentro con una horda de criaturas opacas y desproporcionadas que vienen corriendo en dirección a la torre. El aullido que escuché antes es, en realidad, un clamor al unísono de todas esas bestias que parecen ansiosas por atacar. Su alarido conjunto se asemeja al de la marea embravecida en una tormenta. Y vienen por mí, puedo percibir su odio en el aire. Corro hacia el interior del cuarto para buscar una salida y huir, pero no existe ni siquiera un resquicio entre estas asfixiantes paredes mohosas. La única comunicación con el exterior es el balcón. No hay manera de abandonar la torre.

Poco después, escucho un golpeteo incesante que viene acompañado de un fuerte temblor en la tierra. Me asomo de nuevo y mis ojos se encuentran con una escena perturbadora. ¡Las criaturas están trepando por los muros! Sus pesadas garras son las que sacuden los cimientos del fortín. La potencia de su aullido se intensifica mientras me observan con sus grandes ojos amarillentos. ¡No quiero morir devorado! En un intento desesperado por escapar, subo al borde de la barandilla y me aviento al vacío. Pereceré más rápido así, sin tanto dolor. Pero justo cuando estoy por chocar contra el suelo, uno de los monstruos me sujeta el pie derecho y detiene mi descenso...


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