Capítulo 19: Trapitos al sol. (1/2)

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Alejandro me miró como si yo fuera idiota, como si tratara con alguien de capacidades diferentes, y luego, parte por parte, con la delicadeza que lo caracterizaba, me lo aclaró.

—¡Tu novio es un maldito drogadicto!—exclamó.

Un jadeo colectivo precedió aquellas palabras.

Cada vez que alguien se refería a Diego como mi novio, me parecía una cruel burla, porque era muy evidente que él ya no quería saber nada de mí, que me odiaba porque lo había herido en todos los sentidos, y me daban ganas de llorar, sin embargo, aquello fue un golpe tan fuerte que no me quedó más lugar que para la conmoción.

Negué con la cabeza, di varios pasos lejos de él, confundida. Todo lo que saliera de la boca de Alejandro tenía que ser puesto en duda, él jamás había demostrado decir nada bueno de nadie, por eso no tenía que ser cierto. Incluso Diego me había dicho que no hiciera caso de las palabras de Alex. Alejandro era un mentiroso, que le encantaba hacer sentir mal a las personas porque él se sentía así.

—Me das pena—le dije, cuando me recuperé—inventar algo así para hacerme sentir mal.

Él negó con la mirada, como si le hubiese herido tener que decir aquello, como si él también deseara que fuera mentira.

—¡Si alguien está enfermo aquí eres tú! —exclamé, ahora furiosa, al ver su expresión de idiota—¡Cómo vas a inventar que tu hermano es adicto! ¡Eres un pendejo! ¡Pasé cuatro meses con Diego, y jamás se metió nada, una sola vez lo vi fumando un cigarro!

—¡Tampoco es tan pendejo para hacerlo frente a ti! —exclamó, temblando. —¡Está en recuperación!

—No es cierto—le dije, agitando la cabeza en forma negativa. Y estaba más empecinada que un niño que quiere un juguete nuevo.

Alejandro había dejado escapar una sola lágrima, misma que se secó del rostro con furia.

—Si lo quisieras tanto como dices—comentó, con la mirada a punto de desbordar— te habrías dado cuenta.

Yo negué con fuerza, Diego era la persona más equilibrada y tranquila que había conocido en mi vida, la más amable y también talentosa.

—Te habrías dado cuenta de lo muy nervioso que se pone cuando vamos por la calle y pasamos por lugares en donde él sabe que venden esas madres —Comentó —Habrías notado que siempre está nervioso, que se retuerce los dedos, que se muerde las uñas.

—No es cierto—repetí, haciendo uso de toda mi fuerza para intentar recordar algo de eso. Yo siempre tenía las manos de Diego entre las mías, lo habría notado. Alejandro tenía que estarlo inventando.

—¿Tan siquiera has visto sus manos?—preguntó, con la voz agudizada, como si supiera que en eso pensaba—¿te has dado cuenta que se autolesiona cuando no puede evitar consumir algo?

Eso me dejó helada, claro que las había visto, pero había sido muy estúpida como para no preguntar una vez que él me dijo que no era nada, que no me preocupara. Las lágrimas comenzaron a escaparse de mis ojos, porque había un montón de señales que yo ignoré.

Me había concentrado en ver todas sus cualidades, sus hermosos cuadros, sus risas cálidas, su temperamento calmado, sus besos suaves, sus caricias, sólo las cosas buenas, jamás me detuve a pensar en las cosas que pesaban sobre sus hombros, no le preguntaba sobre las cosas importantes, a pesar de que creía que sí. Sólo vi el lado brillante de la luna.

Y entonces comprendí, de pronto todas las cosas extrañas tenían algo de sentido, las miradas de escrutinio de Alejandro sobre él, las manías de Diego para contentar a Alejandro, ciertas cosas o comportamientos que no me parecían normales. Fue como una bofetada en la cara de su parte, como un balde de agua helada. Drogas. Diego se metía drogas, había consumido, quizá hasta lo seguía haciendo y yo no me había dado cuenta.

Sueños de tinta y papelOù les histoires vivent. Découvrez maintenant