Una cortina de lluvia cayendo a raudales por las calles, la ventana se veía cada vez más opaca por el vaho y cada gota que caía la empañaba cada vez más. Con un café caliente en la mano me dispuse a mirar la fría escena por la ventana. Bebí y seguí mirando, con mi fatigada mirada de noches sin dormir, a unos jóvenes gritando bajo el gélido temporal. Esa escena ayudó aún menos a mis vanos intentos por olvidarme de él. Pensé en esos tiempos en los que éramos nosotros los que corríamos bajo la lluvia como niños cuando el tiempo se ofrecía, ignorantes de lo que el futuro deparase, cegados por completo, dibujando un inocente futuro de fantasías delante nuestro.
¿Recuerdas cuando me susurrabas al oído el significado de todos y cada uno de tus tatuajes y yo hacía como si fuese la primera vez que lo oía, o, como amaba acariciar esos que te habías hecho por mí? Yo recordé como cada sección de tu piel se erizaba a medida que los acariciaba uno a uno, y, cuando nuestros cuerpos se fusionaban lentamente en perfecta armonía. Recordé como éramos capaces de bailar en silencio, solos tú y yo, al compás de las incontables gotas que caían en un perfecto compás solo para nosotros. Recordé cada lunar, cada peca, cada marca, como solía recorrerlos delicadamente con mi torpe dedo creando constelaciones en la gran galaxia que es tu cuerpo. Te recordé a tí, en tu esplendor, antes de nada y después de todo.
Pero hoy es otro día más de lluvia, otro día sin poder dormir, otro día en lo que lo único que me queda de tí es mi recuerdo, tal vez algo distorsionado pero es lo único de ti que aún no me ha abandonado.
