—Yo me quedaré aquí. —Clemente miraba desafiantemente a Irma. Esta se encogió de hombros.

—Para lo que te queda... Ahora, largo... —Me empecé a remover al ver que avanzaba rumbo a la puerta.

—Zinn, debemos salir de aquí —dijo con voz rota. Negué llorando.

—Solo... bájame —supliqué. Negó serio.

—No te soltaré nunca más, olvídalo —zanjó. Me removí pese a que me hacía daño. Ellos, solos, no lo toleraba.

—Quiero despedirme de los niños —rompí en llanto. Cerró los ojos, un par de lágrimas resbalaron de los suyos. Me bajó con muchísimo cuidado, como pude e ignorando a Irma, subí hasta la habitación. Las niñas permanecían despiertas, las tres en un catre, abrazándose. No me importaban las heridas, me acerqué y las rodeé llorando de forma desbordada. ¿Por qué? ¿Por qué tuvimos que ser parte de todo aquello?

—Regresaré por ustedes, obedezcan, por favor —les rogué desesperada, las sentí asentir. Besé sus cabezas. Una mano envolvió mi cintura.

—Debemos irnos, estás sangrando, Colibrí, por favor. —En cuanto me erguí mis piernas flaquearon. Permití que me tomara en brazos y me despedí con la mano de ellas. Mi cuerpo no importaba, mi alma estaba tan hondamente lastimada, mi destino era tan incierto y sus ojos tan clavados en mi ser que los golpes que abrieron mi piel, no era tan importantes.

El enorme auto de Lilo nos esperaba. En cuanto me senté sobre el respaldo gemí apretando los dientes.

—¡Esas viejas son unas salvajes! —masculló el chico que nos llevaba, molesto—. Pero un jodido día les incendiaremos la casa, no pueden seguir así, algo debemos hacer... La gente de por aquí debe darse cuenta de cómo son en realidad. —Eso sería complicado, las tenían en un alto concepto y todos por ahí las miraban con respeto por su loable labor. Ninguno dijo nada.

Yerik me ayudó a buscar una posición cómoda, lo cierto era que no la había. Mis lágrimas resbalaban sin contenerlas, sentía la ropa adherida a mi piel, cada herida lacerante abrirse con cada movimiento, mis manos estaban heladas y yo solo podía pensar en que lo tenía demasiado cerca, que besaba una y otra vez mi cabeza.

El chico condujo unos cinco minutos. Llegamos a otra colonia vieja que colindaba con la que crecí. Un portón blanco, algo oxidado que no permitía ver al interior estaba justo frente a nosotros cuando nos bajamos.

—Es lo mejor que pude conseguir, Colibrí, los abuelos de uno de los chicos viven abajo, les dije que éramos hermanos —se disculpó cuando abría la puerta. Lilo sacaba de la cajuela nuestras cosas. Con su ayuda pude andar, tenía heridas en toda la parte trasera de mi cuerpo. El sitio era como una casa dúplex, limpio, viejo, pero cuidado. Un pasillo con piso de concreto, paredes de ladrillos pintados de blanco y macetas colgadas era lo que alcancé a apreciar. Una escalera de metal se extendió frente a nosotros.

—¿Puedes subir, o te ayudo? —Su voz se rompía pese a que trataba de proporcionarme seguridad.

—Solo... dame la mano —pedí. Con su tacto cálido fuimos subiendo escalón por escalón. Una puerta de metal y una ventana lateral con herrería blanca, era nuestro destino. Con dedos temblorosos abrió. Prendió la luz. Por un segundo me quedé de pie sin moverme. Apreté su mano con fuerza con el corazón completamente en pausa.

—Sé que es pequeño, pero servirá, aquí habrá paz, además, es solo transitorio y...

—Es perfecto —musité con los ojos anegados. Era un lugar minúsculo. Una cama de matrimonio, con dos mesitas de noche, de madera vieja a los costados, del lado izquierdo, junto a la ventana, una pequeña mesa con dos sillas de plástico, frente a la cama un pequeño ropero, junto un mini refrigerador y una hornilla, con un mueblecito también de madera viejo sobre ellos, con apenas un par de platos, vasos y cubiertos. En seguida una puerta que daba a un baño diminuto. Las paredes olían a recién pintadas, todo estaba limpio y aunque no había más, para mí eso era un palacio—. Tú lo... amueblaste —quise saber girando hasta su rostro que me miraba con expectación y preocupación.

Luces en la tiniebla ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora