capítulo dos

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Cuando me levanté por la mañana, estaba llena de energía porque todo había salido según lo planeado. Esa noche saldría con mis amigas. Con Urko como guardaespaldas, cierto, pero me parecía bien, ya que él estaría con sus amigos y yo con las mías.

Para salir de fiesta solemos desplazarnos al pueblo más cercano. Está a un cuarto de hora andando, por lo que nadie tiene que coger el coche para llegar. Allí hay varios bares que abren hasta medianoche, hora en que todo el mundo se concentra en una discoteca llamada "Boom!" que cierra sobre las seis de la mañana. No es que yo conozca el ambiente, pero llevo tanto tiempo oyendo a Urko contar historias que le pasan cuando sale de fiesta, que ya se me hace familiar: casi todas sus aventuras tienen lugar en esa discoteca, así como sus conquistas amorosas. Porque, claro, Urko no es como yo, él ha estado con unas cuantas chicas. Algunas han sido solo rollos pasajeros y otras, relaciones más o menos breves de las que ha terminado aburriéndose.

Con toda esa energía matutina, decidí bañarme antes de bajar a desayunar. Después, saldría corriendo a casa de Laura para contarle que me dejaban salir, que mi padre ya estaba aceptando que me hacía mayor, por lo cual yo me sentía agradecida. Subí la persiana y la luz del sol entró por la ventana llegando a todos los rincones del dormitorio. Sobre el escritorio descansaba un viejo radio-CD, una antigualla que aún funcionaba. Sin poder recordar el disco que contendría en su interior, pulsé el play y empezó a sonar una melodía de Mark Knopfler que inundó la habitación y el cuarto de baño con esas notas que tanto me relajan. Junto a B. B. King y Eric Clapton, es mi guitarrista favorito. No puedo imaginar un escenario mejor que estar escuchando su música en un día soleado de vacaciones. Abrí el armario para coger la ropa que me iba a poner, cogí unos pantalones pirata negros y una camiseta de tirantes blanca, porque tenía pinta de hacer mucho calor. Me fui al baño y dejé la puerta abierta para poder escuchar mejor la música. Encendí la ducha para que se calentase el agua mientras me quitaba el pijama. Mi madre me había dejado mi gel preferido en la bandeja que colgaba de la pared de la ducha: un gel con olor a vainilla que deja en todo mi cuerpo, y también en mi cabello, un olor muy dulce que me encanta. Mientras me duchaba, imaginaba cómo sería aquella noche. Después, me sequé el pelo y lo recogí en una coleta. Me vestí, apague la música y baje a desayunar.

La mesa ya estaba puesta y toda la familia se sentaba alrededor. Repartí varios besos y me senté a desayunar con ellos.

- ¿Qué tal has amanecido Luna?- preguntó mi padre, que también parecía de buen humor.

- Bien papá- dije yo, sonriendo-. ¿Por qué?

- No, no... por nada- dijo, levantando las manos en un gesto de inocencia que quedó inmediatamente invalidado por una sonrisa pícara que brotó en sus labios y se extendió hasta su mirada-. Ya me ha dicho Urko que te ha contado que te dejo salir esta noche...

- Sí, papá- asentí, tratando de disimular la emoción, aunque sin conseguirlo-. Mil gracias, no te vas a arrepentir.

- Lo sé- dijo él-, sobre todo porque Urko va a estar muy cerca de ti- por Dios, este hombre leía mi mente como un libro abierto-. ¿Verdad?

- Sí, papá- intervino mi hermano, supongo que para evitar que yo la cagase diciendo alguna tontería de las mías-. No te preocupes, que yo la voy a vigilar- y mientras lo decía me dio una patada por debajo de la mesa, aguantándose una sonrisa cómplice-. Voy a estar siempre a su lado para que ningún chico se le acerque.

- No te rías, Urko- parecía que había colado-. Solo quiero que no le pase nada.

- Bueno, hombre- intervine, deseando que aquella conversación no se alargase en exceso-, tranquilo, que solo voy a estar a veinte minutos de casa... ¡Me voy a casa de Laura a darle las buenas noticias!- y, levantándome de la silla, cogí una tostada y salí de allí pitando.

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora