Capítulo 18: Grandes evidencias (1/2)

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—¿Qué quieres? —Pregunté— Déjame salir.

—Sólo dímelo—dijo, con la voz suave. —Para saber qué hacer.

—¿Salir corriendo? —pregunté.

—No —dijo, negando. Estaba pálido, casi de tono enfermizo. —No podría dejarte así.

Y esa última frase la dijo con suavidad, con cierta dulzura, sin el frío filo que siempre impregnaba a sus palabras, pero al igual que mis lágrimas con Diego, él ya no me conmovía.

—¿Qué madre quieres que te diga? —pregunté, ya sin poder evitar hacer una mueca de disgusto, de incomodidad —¿¡Qué ya me llegó la regla!? ¡No seas pendejo, Alejandro!

—¡Ingrid, por favor!—gritó, y me tomó de los hombros—¡Me estoy volviendo loco!

Suspiré.

—No estoy embarazada, Alejandro, —contesté, apartándolo de mí—tengo un implante.

El rostro de Alex se relajó, aflojó los puños, y el ceño fruncido que lucía desde aquel día dejó de existir casi en su totalidad.

—Tienes suerte. —masculló, con las palabras casi ahogadas.

—No —dije, negando con indignación—suerte tienes tú.

—No, —insistió Alejandro, —Tenemos suerte. Mi mamá nos quitaría al bebé en cuanto naciera porque no tendríamos cómo mantenerlo.

Nunca sabía que esperar cuando conversaba con Alejandro, jamás lograba adivinar que me diría, pero aquello sin duda no me lo esperaba, me dejó helada, un estremecimiento frío recorrió mis brazos por la seriedad con que había pronunciado sus palabras. Era por eso que estaba tan nervioso, extraño y pálido, con la zozobra reflejada en sus ojos. Tenía miedo de perder algo que aún no sabía con certeza de su existencia. Él era tan raro, sólo superado por Diego.

—Sería sobre mi cadáver —dije, pensando, aunque en forma hipotética, sobre lo que haría si alguien intentara quitarme algo que era tan mío como un hijo.

—Tú no la conoces—dijo. —Apenas te dejaría verlo, así que tienes suerte.

—Tienes razón—dije, deshaciéndome de los pensamientos estúpidos, negros e hipotéticos —tengo suerte de no estar embarazada porque ningún niño se merece a la mierda de padre que serías tú. Ni vivir en una casa tan podrida como la tuya.

Alejandro bajó la mirada.

—Ya lo sé—dijo.

Y sin mirarme se dio la vuelta, pero antes de salir, murmuró algo extraño, algo que sonó a una autentica disculpa.

Suspiré aliviada cuando me quedé sola.

A veces, por ciertas cosas que decía Diego sobre sus padres en las conversaciones sin importancia, o Alejandro en ocasiones extrañas como aquella, podía comprenderlos un poco. Entendía porque actuaban así. Me daba cuenta de que habían crecido con padres con mucho dinero, personas acostumbradas a comprar todo lo que desearan, incluso, de cierta manera, habían comprado a esos dos hijos. Deseaban que todo se hiciera según su voluntad, incluidos ellos. Por eso Diego y Alex se habían ido de ahí, incluso sabiendo que pasarían hambre y frío.

Solté otro suspiro, uno más largo y luego me dirigí a mi habitación, en donde me encontré con Walt.

—¿Y cómo estás? —preguntó, se había enterado de la persecución por los pasillos de la que había sido objeto y ahora estaba ahí, preocupado por mí, como siempre. Él sabía que Alejandro iría a preguntarme eso, sólo que no me había dicho porque creía que eran asuntos muy personales, aquella era la razón de que Lorena terminara preguntándomelo, y no él, como se lo había pedido Alex.

Sueños de tinta y papelWhere stories live. Discover now