Única parte.

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— ¿Hablas en serio? —La voz del pelirrojo sonaba confundida y sí que lo estaba.

—Y muy en serio, Pistoles. — El de ojos carmín estaba totalmente serio, sus ojos parecían dagas que en cualquier momento podrían perforar el bien –Aunque José lo negará– trabajado pecho de Panchito.

Donald solo los observaba algo temeroso, ellos nunca eran así. No tenía idea de qué rayos sucedía ¿Por qué de pronto José –o Joe, como le solía decir él y Panchito lo hastiaba con – estaba tan molesto. ¿Era por su culpa? No, estaba seguro que no era así, Joe sólo estaba distante con Panchito.

—Chicos... ¿Están bien? —Bien sabíaa Donal' qué lo podrían mandar al carajo, pero esos dos locos extravagantes: eran sus mejores amigos –Pues el ratoncito era algo más especial, pero eso seria divagar demás–, no deseaba que por alguna "tontería" ellos pudieran dejarlo solo. Odiaría eso.

—No es nada contra ti, Don. —La sonrisa que Joe le dedicó al peliblanco era como el de un hermano mayor sobre protector. Aunque no era mucha la diferencia realmente. —No estoy enojado contigo. —Aquella caricia que Joe le dio al patito en su cabeza, hizo sonar las alarmas de Francisco.

Y como todo "macho" mexicano, tomo la mano de Joe y le soltó a Donald un "Te lo robo un rato, ve a buscar algo divertido en lo qué regresamos al hotel" y sin darle tiempo al pequeño albino de responder o reaccionar, se llevó al peliverde.

Zé soltó quejas en todo el trayecto –Realmente no era mucho, estaban solo a una cuadra cuando molesto, le gritó a Panchito que no lo tocará–, subieron a la habitación, aunque más bien el pelirrojo arrastró al de gemas carmín –Cabe recalcar qué en realidad, era mucho más grande la dichosa 'habitación', tenía dos alcobas dentro de una sola. Ofertas, le llamó Donald a la ganga–. Y entró al espacio compartido, cerrando el pestillo de la puerta de paso.

—Estoy harto, dime; ¿Qué hice para qué me trataras así? Dímelo ya. Sabes que no me gusta qué estés enojado conmigo. —Joe estaba asombrado, sabía que era muy difícil hacer exasperar al de ojos marrón, oh, esos hermosos ojos que enloquecían a Joe, aunque él no quería aceptarlo.

—Me voy con Donal'. —Joe intentó pasar por sobre Panchito pero fue inútil, a veces maldecía que ese maldito hombre fuese más alto que él –¿Cuánto media? ¿1.90? ¿No se suponía que los mexicanos eran más chaparros?–, pues le impedía el pasó a su pobre 1.75. —Hazte a un lado, Panchito Romero Miguel Junípero Francisco Quinteros González lll. —El pobre peliverde no sabía cómo es que logro recitar todo el nombre del mexicano, pero lo logró.

—Ni loco, ninguno de los dos se irá de aquí hasta que me respondas el por qué estás así.

El brasileño estaba a punto de soltar una gran azaña de groserías en su lengua madre, pero el de ojos marrón se las arreglo para tumbarlo en la cama y, con su mano izquierda, aprisionó las dos de él. Sus rostros quedaron algo juntos. Sus respiraciones se mezclaban y la cara de José  Carioca estaba en competencia contra un tomate.

—Esto no es gracioso. —Intentó que su voz sonará lo más firme posible, pero le fue difícil, provocando que hablara bajito y tartamudear a un poquito.

—Nunca dije que lo fuera. — Marrón y Carmín chocaron. Parecía como sí se fundieran el uno con el otro y a decir verdad no estaba tan lejos de la realidad.

Antes siquiera de que pudiera rechistar, los labios de Panchito ya estaban contra los suyos con un contacto suave. Él no entendía qué sucedía, ¿Qué pretendía ese maldito Gallo? Se separaron y aunque no lo dijeran en voz alta, era difícil separarse. Era como encontrar la pieza faltante de su rompecabezas.

—Francisco... —Y el pelirrojo lo besó de nuevo. José se permitió disfrutarlo con sus ojos cerrados. La experiencia era muchísimo mejor que en esos sueños húmedos que solía tener de su ¿Amigo? ¿Compañero? Dios sabría lo que eran realmente. Y la tortura del tener que separarse llegó de nuevo.

—José... —Panchito miraba los ojos del peliverde llenos de amor, ternura y devoción, provocándole una pulsación tan rápida que se aterró de qué Francisco pudiera oír a su loco corazón.

—Yo... —Bajo su rostro para que el más alto no logrará notar el sonrojo y las lágrimas estancadas en su rostro. — Me gustas... Y cuando dijiste que fuéramos a buscar mujeres y-yo...

Y fue cuando el gallo hizo callar al loro con un beso, él cuál diré estaba siendo más pasional conforme los segundos pasaban.

El cuarto se lleno de gemidos, susurros y gurñidos por parte de los dos –Aunque muchísimo más de Zé–, el ambiente era caliente y demasiado romántico.
José debía recalcar algo muy importante de lo cual, espera jamás decirle al macho mexicano para no subirle el ego y eso era;

Qué bueno era en la cama el maldito condenao'.

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Ay, ¿Qué decir? Me encantan esos dos <3

Algo agridulce | PanJoseWhere stories live. Discover now