A la espera de Uriah.

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La canción que acompaña al cuento es "¿Cómo hablar?", de Amaral, la cual me inspiró en algunas partes. Se las dejo acá arriba en el link de Youtube por si la quieren reproducir mientras leen.

***

Nuestra historia comenzó en el orfanato. Ambos estábamos allí desde nuestro nacimiento pero nunca nos habíamos hablado; yo era lo que podía llamarse una niña "aburrida" según el resto y él la persona más extrovertida del mundo o al menos así lo veía mi yo de once años.

Aquel día se sentó a mi lado, en la enorme mesa donde comían todas las criaturas del orfanato, observándome de reojo.

—¿Vas a comer eso? —preguntó, señalando el plato de arroz frente a mí.

Me encogí de hombros, luego lo pensé mejor y negué. Ya no tenía hambre.

—Entonces yo lo haré, Vanessa —procedió con una sonrisa y tomó la vasija que albergaba mi almuerzo.

Aquella frase me sobresaltó. "Dijo mi nombre. Él sabe mi nombre", pensé. Y yo que creía ser invisible para la mayoría de las personas de ese orfanato, incluido ese niño.

—¿Me conoces? —dije muy sorprendida, mirando sus ojos azules.

—Sí -al decirlo, utilizó un tono de obviedad—. Deberías hablar más. Yo soy Uriah.

♥♥♥

Han pasado catorce años desde aquel día y muchas cosas cambiaron también. Apenas tuvimos edad suficiente para salir de ese orfanato, que era en la mayoría de edad, comenzamos a hacer los planes de casamiento. Trabajamos por mucho tiempo hasta establecernos y lo logramos. Fuimos las personas más felices de la Tierra como esposos tanto como lo habíamos sido de novios. Pero entonces comenzó un problema grande que hasta hoy se encuentra lejos del alcance de nuestras manos.

No transcurrieron ni veinte años desde que comenzó este siglo y ya se sucedieron miles de guerras en todo el mundo. Él fue a luchar por los Estados Unidos y espero que todo haya terminado, porque hace más de un año que no veo a Uriah y debe estar aquí en menos de cinco minutos, llegando en el próximo tren.

Comienzan a caer pequeños destellos de luz. En la distancia, el andén se tiñe de blanco y eso me recuerda la manera en que ama el invierno. Por fuera mi cuerpo se transforma en un hielo andante, pero por dentro mi corazón alberga un sentimiento cálido. Y eso es suficiente para que mi boca se curve hacia arriba en una sonrisa. Me he maquillado los labios del color del rubí y me puse a pensar en la razón hasta que di con ella. Tal vez sea una consecuencia de que estuve impaciente por este día hace mucho, como símbolo de estreno, o de una nueva etapa en mi vida, lo extraño. Porque todo está cambiando, la guerra acabó (o eso esperamos) y cada una de las personas aquí presentes, cada mujer, cada familia, está esperando a su querido padre, esposo, hermano o hijo para recibirlo con los brazos abiertos, y darle una cálida y muy esperada bienvenida. Entonces, finalmente hallé la razón de mi maquillaje: hoy uso labial rojo porque el mundo y yo pasamos por demasiadas dificultades, y ya no somos lo que solíamos ser.

La nieve sigue cayendo y se escucha el esperado tren a poca distancia. Avanza despacio, desacelerando. Las familias se vuelven más ansiosas y a mí alrededor crecen las miradas de expectación hacia el tren que se detiene frente a nosotros.

Los hombres comienzan a descender y, de pronto, el silencio es precedido por un barullo constante de voces gritando nombres, risas y llantos de emoción. Busco a mi esposo por encima del hombro de los transeúntes que se cruzan por el andén de manera desordenada. Pronto, a mi izquierda en la distancia, diviso a un hombre de veinticinco años, su cabello claro ondeando y despeinándose por el viento.

Uriah.

Mientras desciende, busca entre la multitud un rostro familiar: el mío. Grito su nombre pero el tumulto y los gritos de los demás tapan el sonido de mi voz. Entonces decido acercarme a los tropezones, como puedo, con el objetivo de ser escuchada.

Finalmente se voltea y sus ojos azules se encuentran con los míos. Sonríe y se dedica a venir a mi encuentro, pero noto que una de sus piernas no funciona tan bien como antes y soy yo quien corre, chocando a quien pasara por delante de mí, para acortar la distancia más rápido. Llego hasta él y me lanzo hacia sus brazos.

Cuando nos separamos lo miro directamente a esos bellos ojos, incapaz de borrar la sonrisa que hay en mi rostro. Y me doy cuenta de que él está en la misma situación; su felicidad, tan ancha, puede verse llegar hasta sus ojos ojerosos y cansados, pero con el mismo brillo risueño de siempre. A pesar de todo sigue siendo Uriah.

—Vanessa —leo en su boca el susurro pero yo no digo nada. En lugar de eso lo observo.

¿Cómo hablar? ¿Cómo decirle todo lo que sentí durante su ausencia y la felicidad que siento ahora?

Él, simplemente, lo sabe. Entonces vuelvo a abrazarlomuy fuerte.

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Como habrás visto si llegaste hasta acá, este es un relato cortito del género ficción histórica. Se me ocurrió basarlo en la época de la Guerra Fría.

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