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Habían pasado tres años desde que Yaku se graduó de la preparatoria Nekoma. Y aún así, volvía todas las noches a su viejo instituto.

Mientras que todos sus antiguos compañeros seguían adelante con sus vidas, él no podía desprenderse de la anterior. 

Mientras Kuroo ya se había olvidado de Morisuke, él todavía lo amaba con todo su ser.

El día de la graduación, le dolió mucho despedirse de su equipo y saludar por última vez a su capitán en ese entonces. Todos juraron volverse a ver en las vacaciones y algunos días feriados. Pero Yaku nunca más supo que fue de sus vidas. 

Aún conservaba las redes sociales de algunos, y pudo darse cuenta que nadie siguió comunicándose con ninguno. Y al parecer, él era el único en extrañar la unión que alguna vez existió entre todos. Ya era momento de superar. De borrón y cuenta nueva... pero la nostalgia siempre lo vencía cuando él quería intentar algo nuevo. 

Era la última noche de noviembre y por ende, el último día de clases en Japón. El viento invernal hacia revolotear lentamente a los copos de nieve que caían, y se acumulaban entre los espacios que habían entre las rejas y muchos más cubrían el suelo. 

Morisuke estaba sentado sobre un especie de muro pequeño que rodeaba un árbol. La música que acompañaba su soledad sonaba desde unos auriculares negros que colgaban de sus orejas. Y también había un perro callejero que jugueteaba con sus pies. 

No había nadie más en la calle, pues era tarde por la noche, y si la gente no dormía, era porque estaban en karaokes o bares celebrando el inicio del receso en diciembre. A Yaku, sus amigos,  le habían invitado, pero él ya tenía como tradición volver todas las noches al mismo lugar. 

Let love conquer your mind... warrior, warrior! ... Sonaba por el auricular Warrior de Aurora. 

Mientras él balanceaba sus pies de adelante hacia atrás al compás de la música. 

A lo lejos se escuchaba un murmullo jubiloso de lo que parecían ser jóvenes. Iban acercándose a pasos estruendosos, entre risas y gritos. Yaku bajó un poco la cabeza y cruzó sus brazos. Era mejor si no notaban la presencia de un universitario que, como los demás, no festejaba el inicio de las vacaciones. 

En menos de diez segundos, el grupo de amigos ya caminaba por su lado y él cometió el falló de levantar la vista para verlos. Quizá instinto o curiosidad. 

O tal vez, casualidad... 

Reconoció al instante la revoltosa presencia de un ex-compañero del Nekoma. Con su brillante cabello blanco y grandes ojos verdes. Yaku pensó que Haiba Lev había crecido por lo menos tres centímetros más en todos esos años. 

Algunos de los chicos se volvieron a él, pero no pararon sus risas ni mucho menos. No estuvo seguro si el  antiguo ace alcanzó a verlo. Pero de todas formas agradeció el hecho de que no se detuviera, siquiera a saludar. No era porque no quisiera verlo o algo así. Muy al contrario, él mismo se habría lanzado a saludarlo, pero en sus momentos melancólicos era mejor no hablar con nadie y más sabiendo que era algún viejo integrante del equipo. 

Se quedó observando por un rato las espaldas de los muchachos mientras se alejaban tan rápido como aparecieron. Y la calma que reinaba volvió a instalarse a su alrededor. 

Yaku bajó su vista al perro que ahora tiraba de la parte inferior de su pantalón y sacudía la cabeza con rabia.

—¿Tú también te estas gastando la vida recordando? —le preguntó el castaño, risueño.

El animal lo ignoró olímpicamente y siguió en lo suyo. El chico hasta sintió que llegó a romper un poco de la tela.

—Supuse que no. Debo ser el único idiota que no puede sacar un antiguo amor de la cabeza... Después de tantos años.

El perro en respuesta solo soltó un ladrido enfurruñado y lo abandonó en el lugar, Yaku lo vio irse y sonrió de lado. Sacó su celular, apagó la música y finalmente se levantó. Echó la última mirada nostálgica a su viejo instituto y, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta, se marchó.

Antes de volver a casa, pasó por un veinticuatro horas y entró en silencio. La campanilla de la puerta sonó al abrirse y la joven que estaba detrás del mostrador saludó sin levantar la vista de la revista de chismes que ojeaba.

Yaku se dirigió a una heladera, la abrió y sacó una lata de cerveza, no muy convencido, tomó dos más. De esa manera se las llevó a la chica y le pidió también un caja de cigarros.

Se hizo la costumbre fumar un año después de dejar el Nekoma. Siendo honesto, no recordaba muy bien en que momento y de que manera comenzó, solo tenía un vago recuerdo de él aceptando la propuesta de algún compañero de la universidad.

—Mil setecientos  veinte yenes, señor —dijo con desgano ella y tendió la mano para recibir el dinero.

Pagó sin mirar mucho cuanto le daba, de lo que estaba seguro era que era más de lo debido, pero a decir verdad, le importaba una mierda. Necesitaba ir a despejar su cabeza en algún lado.

No agradeció ni se despidió, simplemente tomó la bolsa y se largó rápidamente. No es que se hubiera convertido en un maleducado ni nada, simplemente no estaba de humor. Por lo general, en las noches está conducta se hacía presente. Hasta pensaba colgarse un cartel en la frente que dijera "no molestar".

Mientras caminaba por las frías y casi vacías calles (pues a lo lejos podía notar a jóvenes borrachos, parejas de la mano y hombres reencontrándose luego de una larga jornada de trabajo), levantó su muñeca para ver la hora en su reloj. Era pasada la medianoche: uno de diciembre. Yaku sonrió con amargura y levantó la vista hacia el camino, iba en línea recta hasta llegar a un puente donde solía pasar su soledad.

A lo lejos se veía inmenso y poca gente pasaba, así que en lo que acercaba casi ni se cruzaba con nadie, tampoco los miraba pues, tenía puesta la capucha de la chaqueta en plan de no ser visto, aunque se percataba de las miradas curiosas que recibía.

Se acercó a la barandilla y apoyó sus brazos, recargando su peso sobre estos. De la bolsa que traía sacó una de las latas de cerveza, la abrió y se la llevó a la boca, sintiendo su amargo gusto en el paladar. Todavía no se acostumbraba a beber, pero creía que ese sabor podría, de alguna manera, mantenerlo cuerdo, porque por todo los demás se sentía tan adormecido y aburrido...

Cuando el recipiente se vació lo volvió a guardar. Era el turno de los cigarros. Sacó uno, lo encendió con unos cerillos que traía en los bolsillos. Fumó uno, dos, tres, cuatro y así hasta hacer desaparecer los diez que traía. Y toda la evidencia de aquel acto, cayó en el agua siendo arrastrada por la corriente.

Pensó en tomarse lo que le quedaba de alcohol, pero ya se sentía lo demasiado mal como para hacerlo, por lo que simplemente dejó las latas en la barandilla, se guardó la bolsa y se volteó para emprender camino a su casa.

—Solías venir aquí cuando estabas mal —escuchó una voz de repente. La persona tomó una de las cervezas que Yaku dejó, la abrió y la chocó con la otra—. Pensé que habías abandonado esa costumbre, pero veo que no. Solo cambiaste el horario.

Era una voz ciertamente conocida, pero se le hizo tan poco real. Sí, lo había visto hace como media hora atrás cruzar con sus nuevos amigos, pero no pensaba haber sido descubierto.

—Es un poco complicado abandonar ciertas cosas...—lentamente se volvió a donde un peliblanco le sonreía. De igual manera tomó una lata de cerveza, abriéndola—... pero tan fácil viciarse con otras.

—Tanto tiempo, Yaku-san.

—¿Cómo has estado, Lev?   

Un receso al corazón →LevYaku←Where stories live. Discover now