Prefacio

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Silencio.

Lydia miró alrededor, las frías paredes le daban la bienvenida en su despertar. La habitación se encontraba congelada, esa era la segunda cosa que siempre se percataba cuando abría los ojos, la primera era el hecho que seguía viva.

Mientras se acomodaba en la cama hasta sentarse, sus ojos se iban deslizando por la pared hasta posarse en un reloj que se encontraba frente a la cama.

8.59 ya casi era la hora.

Ese conocimiento hizo que su mirara se apartara del reloj y recorriera la reducida habitación, mientras su mente comenzaba a conjurar recuerdos de un tiempo pasado. Uno en el que era una niña feliz, normal, inclusive. Una niña con el cabello rojizo que jugaba con su hermano a las escondidas, pensando que los únicos monstruos que existían eran en los cuentos.

Recuerdos donde no había oscuridad.

Sin darse cuenta comenzó a frotar su mano derecha contra su muslo, lo hacía siempre, cuando se acercaba la hora. Aunque ni siquiera se daba cuenta de ese hecho, o al menos no lo hacía hasta que su doctor lo había señalado semanas atrás.

A pesar de que había intentado evitar volver a hacerlo, se dio cuenta de que era imposible.

Se acomodó nuevamente sobre el duro colchón, ni siquiera se molestó en tender la cama, sabía que en cuanto el doctor se fuera estaría horas nuevamente allí encerrada hasta que la dejaran salir. Si la dejaban. Esa semana apenas recordaba si se había comportado como esperaban que se comportara.

Se obligó a si misma a concentrarse en la hora, si se concentraba podía limpiar su mente de la niebla que los medicamentos le producían, aspiró una bocana de aire y el olor a hospital inundó sus fosas nasales.

Hospital no.

Se recordó.

Psiquiátrico.

Había pasado el suficiente tiempo allí para no confundirlos, en el hospital la gente mejoraba, en el psiquiátrico acababan aquellos sin salvación. Los demasiado extraños, los demasiado dañados para vivir en una sociedad donde eran condenados.

Ella era uno de ellos ahora, aunque intentase olvidarlo.

Pero era difícil cuando se veía los brazos pálidos, o se cruzaba por accidente con su reflejo mientras caminaba por los jardines. Su rostro demacrado y las ojeras que acentuaban su falta de lucidez eran un recordatorio constante de quién era.

Una de ellos.

Loca.

La palabra le hizo apretar los ojos. Se negó a escuchar, si se negaba a escuchar siempre se iba.

Quince años, tenía solo quince años cuando acabó allí, todavía lo recordaba, tan vívidamente que seguía ardiendo.

«Piensa en el hielo» se recordó, si se congelaba no dolería, tenía que evitar que doliera.

A los quince años la habían diagnosticado con esquizofrenia paranoide, su hermano había sido quien le había contado a sus padres sobre las voces. Ella era solo una niña que creía que era normal que escuchar cosas que no estaban allí.

Claramente se equivocaba.

También solía pensar que no sucedería nada malo si hablaba con ellas.

Se equivocaba de nuevo.

Ahora estaba pagando el precio por su error fatal, al fin y al cabo, si dejas entrar a la oscuridad, no puedes luego culparla por consumirlo todo.

09.00 am.

Grita | Teen Wolf #1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora