Capítulo veinticuatro.

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—¿No crees que sería mejor si... si sólo lo dejamos estar?

—¿A qué te refieres con eso?

El miró al suelo y habló con temor.

—Ya sabes... a sólo,... olvidarnos de lo que ha pasado e irnos, tengo un muy mal presentimiento en todo esto... sabes que si te llegas a enamorar de ella el del corazón roto serás tú...

—No sé como puedes estar diciendo este disparate. ¡Por Dios! Hemos estado tres años, tres jodidos años intentando estar en esta posición, y no renunciaré sólo por la tonta idea de un corazón roto, porque eso puedo de pegarlo, pero la sed de venganza no. Se acabó la conversación, Ian.

—Pero sólo...

—Basta—le grité, levantándome de un momento a otro del sofá azul marino—. No quiero seguir hablando de esto, y menos aquí.

Le coloqué un punto final a la conversación con mi hermano y me dirigí hasta el patio trasero con impotencia. Odiaba cuando la gente decía tanta estupidez junta, primero Anabelle, luego mi hermano, ¿Quién era el próximo?

Saqué un cigarrillo de emergencia, no solía fumar. No me gustaba la sensación que quedaba después del acto, pero la situación lo ameritaba.

Prendí el cigarro y miré el cielo, era de día y el clima estaba templado, sin embargo no hacía calor. Metí el cigarro a mi boca y expulsé el humo luego de inhalarlo, un montón de recuerdos vinieron a mi cabeza.

—Papá, ¿hace mal fumar?

El hombre de unos treinta y tantos años se giró hacia mi, con el cigarrillo en la boca.

—No, pequeño. A veces la gente lo hace cuando está saturada y repleta de los problemas, el cigarro calma un poco, pero ven, no le digas a tu madre ¿Vale? si ella sabe que he fumado delante tuyo me mandará un buen golpe.

—Mamá está cambiándole los pañales a Ian, seguro no te verá—le sonreí, el acarició mi cabeza.

—Será un secreto hijo, será nuestro secreto. »

Quise por un mínimo segundo llorar, quise por un mínimo segundo mandar todo a la mierda y no verle el rostro a nadie en mucho tiempo. Stevan... ese era su nombre.

Tenía el cabello liso y castaño, como los míos, y los ojos verdes, como los de Ian.

Si sólo hubiera sabido que en unos cuantos años más mi padre sería asesinado frente a mis ojos todo hubiera sido tan diferente, hubiera disfrutado más cada caricia, cada encuentro, cada abrazo, cada momento.

—Cuida de Ian, cuida de él.

—No, por favor no me hagas esto, ¡Prometiste que estaríamos juntos hasta la muerte papá, me lo juraste!

La mancha de sangre en su pecho se hacía cada vez más y más grande, mi hermano se encontraba detrás mío dándome la mano, tiritaba y las lágrimas parecían no querer parar de salir de sus ojos.

—S-siempre estaré contigo, Adam. Siempre.

Su voz se hacía tan rasposa con cada sílaba que me costaba entender lo que decía, sus ojos se cerraban con lentitud y su mano soltó la mía, se había acabado. El había muerto, y mamá ya no estaba.

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