iii. Mirándose a la cara

Start from the beginning
                                    

Aunque no necesitara practicar, lanzaba una flecha tras otra. Natasha no había querido entrenar hoy y se había quedado leyendo la información sobre el Elektron.

Por eso, yo estaba solo en el gimnasio hasta que Aeryn apareció. No dije nada, ni siquiera me moví, pero supe que ella me había oído respirar —incluso si estaba a más de quince metros y una columna estuviese en medio de nosotros—: no en vano la llamaban Los Ojos, ¿no?

Sin más, caminó hasta un saco de boxeo y comenzó a golpearlo. Dejé el arco en su funda y el carcaj en su sitio y comencé a acercarme a ella.

—Deberías calentar antes, ¿no?

La morena se quedó congelada, con el puño derecho a la altura de la oreja, y se me quedó mirando con una ceja alzada.

—No necesito calentar, Robin Hood.

No pude evitar abrir los ojos con estupor ante su mote y sonrisa burlona.

—¿Perdona?

Ella agrandó su sonrisa y le brillaron los ojos. Bajó los brazos y se los cruzó bajo el pecho.

—¿Qué pasa? —dijo caminando y quedando a dos escasos metros de mí—. Que haya estado encerrada durante toda mi juventud no significa que no sepa cómo hacer una broma.

Giré la cabeza, y sin quererlo, sonreí. Lo que hacía que desconfiara de ella —más bien, lo que hacía que me llamara tanto la atención— seguía ahí, pero no pude evitar darle la razón con una risa queda.

—Supongo que tienes razón —nuestras sonrisas se encontraron—. Te tenía por alguien más tímida.

Ella se encogió de hombros y volvió a golpear el saco. Sus golpes eran certeros y fuertes, y parecía no estar cansándose mucho: quizás tenía razón y ese era su calentamiento.

—Pues te equivocabas: ayer sólo estaba un poco agobiada por toda la atención que me mostrabais.

Al parecer, ella no se había dado cuenta de que yo casi no le había dirigido la palabra. ¿Tanto me eclipsaban los demás? Supongo que sí. Me obligué a ignorar sus palabras.

—De verdad —insistí—, deberías por lo menos vendarte los puños.

Ella volvió a parar de golpear y me miró con rostro cansado pero amable.

—Lo haré sólo para que te calles la boca, Robin.

Mientras pasaba por mi lado, arrugué el ceño debido al mote que parecía haberme impuesto con tanta confianza. Se acercó a una mesa y abrió el botiquín para vendarse los nudillos tal y como yo le había dicho. Mientras lo hacía, pude observar cómo tenía cicatrices pequeñas en las manos, por toda la parte de arriba.

—Aunque esté de espaldas, puedo sentirte respirar cerca de mí, Clint.

Tragué saliva cuando oí mi nombre de sus labios y me giré para dejar de mirar sobre su hombro.

—Perdona.

—No pasa nada, será así hasta que te des cuenta de que sé todo lo que haces sin pretenderlo —ella rio y me enseñó los puños vendados—. Ya puedo entrenar, ¿no, Robin Hood?

La chica pegaba fuerte, y lo comprobé en cuanto practicamos lucha cuerpo a cuerpo. Cuando se lo propuse, me pareció una buena idea, pero al entrar en la colchoneta y ver que lo iba a dar todo, me arrepentí. Utilizaba sus sentidos superdesarrollados para adivinar mis golpes, y esquivaba o paraba gran parte de ellos. Sin embargo, eso no me hizo detenerme.

Decidí utilizar una llave cuando ella me quiso dar un puñetazo que vi venir, y conseguí tirarla al suelo y echarme sobre ella para que no se moviera. Había vencido, pero me había costado un labio partido que me sangraba y un ojo morado que casi no podía mantener abierto, pero, asumámoslo: ella no estaba mucho mejor que yo.

—Vale, Halcón —jadeó mientras yo la sujetaba de las muñecas—. Has ganado; me rindo.

Asentí y me incorporé para darle la mano, pero ella la ignoró y se levantó sola. Sonreí.

—Pegas bien —dije tocándome el labio.

Ella sonrió de forma burlona y se tocó la mandíbula, que comenzaba a hinchársele un poco por un puñetazo que le había dado yo.

—Lo mismo digo. Pensé que sólo sabías disparar flechas.

Se giró para salir de la colchoneta y yo tuve la necesidad de defenderme.

—¡Eh! —exclamé mientras la perseguía a paso rápido—. ¡Claro que no!

Aeryn sacudió la cabeza y me miró con una sonrisa dulce que me dejó quieto y confundido.

—De nuevo, era una broma. Tranquilo, Robin, sé que eres tan importante como los demás.

Se volvió a girar y yo no supe qué responder. Giré la cabeza hacia la derecha y me dirigí a la salida. Sentí su mirada en mi espalda, clavada en mí como cuchillos, pero entré al ascensor. Pulsé el botón al piso catorce, donde estaba mi habitación, y me miré al espejo. Aparte de las magulladuras, tenía una expresión desconcertada. ¿Por qué había dicho eso? Por una parte, sabía que era un gesto amable, pero, por otra, ¿de verdad creía que yo me sentía menos que los demás?

La puerta del ascensor se abrió y caminé hasta mi habitación, avergonzado. Esperaba que no se me notara tanto, la verdad.

Después de la ducha, en la que los golpes me habían resquemado de manera increíble, me dirigí a la cocina. Sólo cogí una manzana —la conversación con Aeryn me había dejado con mal cuerpo y sin hambre— y había decidido ir a la sala de reuniones para hablar de la misión.

Cuando entré, todos, menos la nueva, estaban allí, pero en cuanto tomé asiento en la mesa ovalada, ella entró también y se sentó junto a mí.

—Hola, Robin —me saludó Aeryn.

Yo me limité a asentir sin mirarla y a darle un mordisco a la manzana. Vi cómo Natasha nos miraba desde el otro lado de la mesa.

—¿Qué os ha pasado a vosotros dos? —preguntó con mirada sorprendida—. Parece que os habéis peleado con una manada de lobos.

Aeryn se tocó el moratón de la mandíbula y me sonrió, pero yo sólo giré la cabeza. Vi de reojo cómo fruncía el ceño y le respondía a Natasha.

—Hemos entrenado un poco, eso es todo.

Todas las miradas se clavaron en mí, y yo le di un mordisco a la manzana, haciendo como que no pasaba nada. Después de darle otro mordisco y ver las miradas extrañadas de todos aún sobre mí, me obligué a decir algo.

—Eh, chicos —gruñí con todo el sarcasmo que pude—, sé que soy terriblemente atractivo, pero tenemos una misión que llevar acabo. ¿Vais a estar mirándome como pasmarotes todo el día?

Todos apartaron la mirada hasta que sólo sentí una en mi lateral derecho. Y, aunque quería hacerlo, me obligué a no mirar los ojos verdes y grandes de Aeryn. Unos ojos que me destrozaban y me recreaban por dentro.


FELT IT ━ Clint BartonWhere stories live. Discover now