Capítulo diecinueve

Start from the beginning
                                    

- No me gusta la idea. – me cortó secamente.

- Muy bien, - espeté encarándole – pues dime qué debo hacer.

- Esperar. – dijo

- He esperado. – contesté rápida.

– Pues espera más. - siguió él – A que esto termine. Y cuando lleguemos al norte de Trásgal, donde todos irán a celebrar, nos iremos.

Le observé, sus ojos brillantes por la noche capturándome, con ese algo más que cada vez era más fuerte y poderoso.

- ¿Nos iremos? – Murmuré – ¿Tú y yo? – Él aguardó intentando descubrir que decía mi lenguaje corporal de esa idea, me quedé muy quieta.

- Tú y yo. – susurró.

- ¿Por qué juntos? – susurré en respuesta, sintiéndome extrañamente cálida y aliviada. Y ante esa vulnerabilidad, esa posibilidad de que yo misma no pudiera hacer esto sin él, subí el muro más alto que había construido en mi vida.
Pasé dos días tremendamente largos y solitarios y lo único que deseaba y esperaba, más que comer, era que él regresara con sus sonrisas de chico superficial y sus insistentes intentos de tener siempre la razón. Y eso era malo. Muy malo.

- Por qué no vas a saber moverte sola. – dijo cortando mi hilo de pensamiento desesperado y viendo en mis ojos lo que podía ser que yo estuviera cavilando –Necesitas mi ayuda si quieres sobrevivir. – sonó más como una demanda que como una advertencia.

- Puedo cuidarme sola – espeté mientras la estúpida idea de que él me necesitara también pasó fugaz por mi cabeza. - ¿Y por qué me la darías, de todos modos?

- Por qué – empezó pero le corté.

- Dijiste que no éramos amigos. – le recordé. Él apretó la mandíbula.

- ¿Por qué sigues con eso? – dijo exasperado.

- Porque fue lo que dijiste

- Fue una manera de hablar. – bufó.

- Pues sé más consciente de tus maneras de hablar. – dije más fuerte.

- Deja de levantar la voz – gruñó.

- No estoy levantando nada – gruñí yo también, dándome cuenta de mi error.

- El mentón si, desde luego – mustió para sí mismo pero procurando que le escuchara.

- ¿Cuál es tu problema? – dije enderezándome en mis rodillas.

- ¿Cuál es el tuyo? ¿Por qué te empeñas en ser desagradecida e insoportable? – me miró con tal enojo que volví a sentar el culo en el suelo.

- No soy desagra-

- Cállate. – me cortó colocando su cuerpo totalmente delante del mío. Nos miramos, en sus ojos brillando aquella cosa que me asustaba, en los míos supongo que vio inseguridad, por qué la intensidad de su mirada cambió al reparar en ello.

- Quiero volver, ahora. – me enderecé de nuevo, sintiendo la arrogancia crecer en mi pecho, mi manera de sobrevivir, de anteponerme a las situaciones que me abrumaban. Miré más allá de él.

Hubo un silencio en el que sólo estaban nuestras respiraciones. Con cada bocanada de aire que él cogía, yo dejé de sentirme tan enfadada o triste, o lo que fuera que estaba, pero necesitaba volver al rincón de la celda en el que nada pasaba, en el que estaba segura.

- Thaia, - susurró y no pude evitar mirarle, ligeramente más bajo que yo. – lo siento, soy un idiota contigo.

Bufé, fue todo lo que hice.
Él no dejó de mirarme, y con mucha delicadeza agarró mis antebrazos y me obligó a volver a sentarme, tirándome más cerca de él.

La Hermandad del Hombre MuertoWhere stories live. Discover now