Capítulo dieciséis

1.5K 266 15
                                    

- ¿Quién es el chico que ha estado ahí arriba contigo toda la hora? – la voz de Catha me despertó de la ensoñación en la que me estaba permitiendo caer, apoyada en la ventana de mi celda, mirando el vaivén de las olas hora tras hora, hasta que anocheció.

Me giré a mirarla con sorpresa. Estaba sola, la puerta se cerró tras ella.

- ¿Qué haces aquí?

- El Barquero no está. – dijo como si eso resolviera todas mis dudas. Al quedarme mirándola silenciosa rodó los ojos. – Y convencí a Tide para que me dejara venir a verte.

- ¿Dónde está El Barquero? – dije yo estrechando los ojos.

- ¿Crees que me lo diría?

Recorrió el espacio entre nosotras y se sentó a mi lado, mirando, como yo, el mar.

- ¿Qué tal el agua, hoy? – murmuré.

- No cambies de tema. – sonrió con picardía. – Había un chico, lo pude ver. – me inspeccionó para ver cuál era mi reacción. Intenté mantenerme completamente inescrutable.

En realidad era una estupidez negarle a Catha lo obvio si lo había visto con sus propios ojos, pero por otro lado, había algo en mí que no quería compartir al chico. Simplemente porque no estaba preparada para hablar de él, ni de lo que había hecho por mí, ni de cuan desconcertada me sentía bajo la atenta mirada de esos ojos grises.

- No había un chico. – dije. Ella alzó la ceja y resopló. – Había un chico. Pero no estaba interactuando conmigo. – intenté arreglarlo. – Simplemente estaba viendo la jornada desde allí.

- ¿No le conocías? – dijo un poco inquisitiva.

- No.

- ¿No te ha hablado? – insistió nuevamente. Sus ojos se volvieron negros, como si sus pupilas estuvieran dilatadas. Demasiado dilatadas. No había rastro de azul.

- ¿Para qué le iba a hablar a una esclava? – dije en un resoplido que quedó totalmente natural.

- ¿Me estás mintiendo? – clavó sus ojos en mi de un modo que sentí un escalofrío.

- No, Catha. – contesté a la defensiva. Me estaba sacando de mis casillas.

- ¿Quién era el hombre que cuidó de ti dos noches seguidas, en el mástil? – cada una de las palabras las escupió como si fuera una grabadora. Cómo si hubieran grabado cada verbo, pronombre, preposición, conjunción, por separado, como una sola palabra y luego ella misma las hubiera juntado, dejándolas sonar con una inflexión en la voz totalmente carente de lógica.

Pero además, ¿ella qué sabía? No estuvo aquellas dos noches allí y tampoco le dije nada. ¿De dónde había sacado aquella pregunta? ¿Por qué sus ojos eran negros? ¿Por qué se estaba comportando así?

- ¿Quién eres tú? – susurré sintiendo el miedo de alguien que no entiende lo que tiene delante. Esa, sin duda, no era Catha.

Aquella expresión vacía y sin vida, no podía ser de la chica que trenzaba mi cabello antes de tirarme al agua.

Sabía que algo estaba pasando. Algo que se escapaba de mis conocimientos en aquél extraño lugar. Y entonces recordé lo qué el chico dijo cuando le pregunté por su vida.
¿Alguien te pidió que lo averiguaras?

Y lo que pasó a continuación me sacó de dudas.

- ¿Cuál es tu nombre? – dijo ella con la vista desenfocada y un intento de sonrisa. Y entonces no pude evitar reírme.

La Hermandad del Hombre MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora