Capítulo catorce

1.6K 273 24
                                    

- Estaba esperándote – dijo El Barquero de espaldas cuando puse el primer pie en su camarote forrado en caoba.

- Aquí estoy.

- ¿Tienes algo para mí? – dijo volteándose para echarme un vistazo.

Vestía unos pantalones beige y una camisa blanca desabrochada y arremangada hasta los codos. El pelo negro le caía liso y limpio hasta los hombros, y parecía recién afeitado. Podría hasta parecerme apuesto si no fuera porque el odio que sentía en mi pecho cada vez que veía esa cara, nublaba por completo mis sentidos.

- En realidad, – dije enfocando los ojos en su busto – no tengo nada para ti.

- ¿Vienes, entonces, a darme el consentimiento para matar a tu amiga? – sonrió alzando el mentón.

- En realidad, - repetí – no. – sonreí cínicamente y eso bastó para que el espacio que nos separaba se acortara.

Arrastró mi mentón cerca del suyo mientras miraba con intensidad mi rostro. Yo me fijé en su nariz afilada.

- ¿Has venido, entonces, a entregarte cómo víctima? – preguntó trazando cautivadores círculos con su pulgar en mi mejilla.

- El Barquero – dije con mi voz calmada – lo sabe todo, dicen. No escapes, o El Barquero te encontrará.

Esperé a que él interviniera, pero se quedó muy quieto aguardando a dónde quería llegar, supuse.

- Pero, ¿no sabe dónde está su hermanito? – levanté una ceja y el apretó su agarre en mi. – Lo dudo. – seguí. – No me asustas y nunca lo harás. Te odiaré por siempre. – murmuré grave y amenazante. – Pero si hay algo que provoca temor en mí, es que El Barquero lo sabe todo.

- Eres ardiente. – dijo tirando de mí más cerca de él mientras dejaba escapar una risotada. – Me encanta cuando hablas cómo si no te importara que pudiera matarte en cualquier momento. – a medida que hablaba sus palabras eran más oscuras y amenazantes.

Sin que pudiera moverme, rozó con su nariz mi mejilla, mi mentón y mi cuello oliéndome asquerosamente, cómo si él fuera un perro y yo un animal en descomposición. Cerré los ojos fuertemente.

- Sabes que no tengo a Cotét. – susurré con el corazón acelerado.

- ¿Quién estaba contigo aquella noche? – murmuró con los labios pegados en mi piel.

- ¿Qué noche? – dije queriendo sonar segura.

- Alguien subió a la cubierta y cuidó de ti dos noches seguidas. – dijo ahora entre dientes. - ¿Quién fue?

Un momento me tomó para darme cuenta de hasta qué punto El Barquero sabía las cosas. El escalofrío que recorrió mi espinazo habló por mí. Su risotada me disgustó demasiado. Pero no sabía quién era él. Ese era el punto. ¿Por qué? ¿No lo sabía todo? ¿Los detalles no los podía saber? Aunque pensándolo bien, yo tampoco sabía quién era él.

- No había nadie. – murmuré demasiado flojo.

- Mentirosa.

- Señor – la voz de Tide, dando un golpetazo en la puerta al frenar su corrida por el pasillo nos pilló desprevenidos, y el Señor en quistión se apartó de mí como si le hubieran pillado haciendo algo malo.

- ¿Qué? – espetó a la defensiva.

- Es Cotét. – dijo el otro.

En ese momento me permití mirar a Sharingam a los ojos. Eran oscuros y penetrantes, clavados en su sirviente/esclavo/o-lo-que-fuera, y aunque su forma avellanada podía hacerlos parecer hermosos, el brillo siniestro en ellos no te dejaba duda de cuán ruin podía ser aquél hombre.

La Hermandad del Hombre MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora