La montaña de Malessia

7 1 0
                                    


Mientra recorría los frondosos bosques de Malessia, me encontré con decenas de criaturas, todas ellas fascinantes, maravillosas, y es que la belleza de las hadas no era comparable a la majestuosidad de los dragones, aquellos que encontré en las laderas de las montañas del oeste. Mientras andaba por una de estas numerosas montañas, el paisaje que admiré era tan majestuoso que debí de anotarlo en estos escritos para que no se perdiera en el tiempo, ya que estas vistas no serían parte de su legado por desgracia, los dragones surcaban los cielos con gracia mientras los rayos del sol se reflejaban en sus rojizas escamas, sus llamaradas iluminaban los cielos de un bello color anaranjado mientras caía una débil ceniza de los cielos, mientras tanto en estos suelos se movían por ellos los más jóvenes Boobrie (caballos que pueden transformarse en toros, con alas para nadar y volar a su antojo) cabalgando por los llanos que se extendían por la extensa llanura, y en aquellos instantes yo tan solo observaba desde la lejanía, en una cueva en lo más alto de una de las numerosas montañas que rodeaban a aquel lugar conocido como "La Caldera", ya que sus llanos eran de forma circular y estaba rodeado de montañas gigantescas e imponentes que parecían gigantes vigilando aquel oasis de paz por la eternidad, pero ni mucho menos, los gigantes se hallaban en los llanos mientras habitaban pacíficamente, lo contrario a lo que indicaban las leyendas de los pueblos circundantes, que hablaban de seres horrendos que purgaban toda clase de naturaleza con la que entraban en contacto. Sin embargo, mas bien se encargaban de evitar que cualquier clase de ser se acercara para proteger aquel paraje digno de las mayores leyendas, los nuckelavees tan solo salían por la noche a patrullar sustituyendo a los gigantes, y su aspecto totalmente desollado era tan terrorífico que me costo observarlos, uno tenía la tentación de apartar la mirada pero sin embargo, estos eran criaturas únicas que tan solo se encontraban en La Caldera, eran caballos que sobre sus lomos cargaban un cuerpo humano erguido, ambos sin atisbo de piel, y el caballo con tan solo un enorme y aterrador ojo, mientras estos patrullaban, tan solo se permitía el acceso a lo que era el alimento único de una de las criaturas mas bellas y mortíferas de la zona, los Gancanagh, que si bien eran hadas, eran hombres y se alimentaban de las mas bellas mujeres humanas, las atraían con su aspecto digno de una deidad y las hipnotizaban para dejarlas ser su propio alimento, y es que esto no hacía sino impulsar aun más el pensamiento de maldición que se tenía de este hermoso lugar. El amanecer llegaba y el sol salía, los gigantes despertaban de su nocturno letargo mientras que los nuckelavees se escondían bajo tierra para descansar, los Gancanagh daban buena cuenta de sus últimas víctimas mientras las hadas esperaban hacer durante el día lo mismo con los hombres, las dos caras de la misma moneda al fin y al cabo. Los Boobrie hoy decidieron volar junto a los gigantescos dragones y sus pequeñas pero enormes e imponentes criás, la daoine maithe (la señora de las hadas) guiaba a las más jóvenes hacía su hogar, el cual solo era visible para ellas. Decidí en aquel instante que era hora de moverme para tratar de observar a otras criaturas, pero mis ojos se quedaron fijos en la más bella criatura que jamás había observado, un qilin sobrevolaba los cielos mientras sus compañeros lo observaban desde la dura tierra, y es que tan solo los líderes qilin eran capaces de surcar el cielo con mayor velocidad que un dragón e igual gracilidad, sus cuernos eran gigantescos y su pelaje se movía junto con la veloz brisa, se mimetizaba con las nubes y, aunque solo fuese durante un breve instante, sentí como sus ojos rojizos se fijaron en mi como si fuera su objetivo, pero al momento debió notar que no era sino un simple mortal y prosiguió con su vuelo. Su entrada en los cielos de la caldera precedió la de la verdadera bestia, un mastodóntico Shenlong, y esta si era una auténtica criatura de leyenda, era mayor que toda la caldera y se sostenía en el cielo mientras daba la sensación de que flotaba, su visión debía abarcar todo el llano y sus garras podrían haber destrozados las montañas, con unos cuernos enormes y similares o los de los qilines, y escamas azules que poblaban todo su ser, su cuerpo era similar al de una serpiente que daba vueltas sobre si mismo y terminado en una preciosa cola. En aquel instante fue cuando decidí escribir todo esto que seguramente nadie lea nunca, pero al menos no seré yo el criminal que mato en el tiempo este instante, y también tome la decisión de despertar a mi joven acompañante en esta búsqueda de maravillosas criaturas, al lugar más pacífico para estas, al fin y al cabo, era la que me había permitido subir hasta aquí gracias a su magia de teletransportacion,-Despierta Ana, estas perdiéndote lo mejor.- Y ella se levanto aprisa y en cuando observo aquella situación, sus ojos no se despegaron hasta que decidimos ambos que debíamos marchar, pues aquel no era lugar para personas como nosotros, al fin y al cabo, por algo los nuckelavees y los gigantes los mantenían en el exterior, pero antes de morir me prometí que volvería a aquel lugar a volver a explorarlo, pero en esa ocasión, los gigantes me dejarían entrar y los nuckelavees se aterrarían de mi rostro, al fin y al cabo, por algo soy Mandroxus, el señor de los dracónidos, y aunque parezca que este es mi lugar, jamas lo volverá a ser.

MalessiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora