Capítulo V:Abaddón: el caballero piromante (II)

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En mi mente todavía se replicaban aquella horripilante secuencia, aquel pobre desgraciado, su cabeza era frágil, o lo era antes incluso de que la golpease sin piedad contra las duras piedras tras haberle pasado por mis dos espadas al rojo, su vientre se encendió y las llamas consumieron toda la piel que lo envolvía dejando al descubierto una burla a la vida, un ser del que emanaba un extraño fluido oscuro y negruzco que se extendía cubriendo a su paso las briznas de hierba que antes relucían verdes y cubiertas del rocío de la lluvia, sus ojos sin embargo, seguían soportando el dolor, sus dientes se derretían y su sangre se mezclaba con aquella extraña sustancia resultando en una mezcla que parecía extraída del mismísimo averno, en mi mente se arremolinaban todos los recuerdos de este lugar, los cuerpos torturados, los gemidos de sufrimiento, la cólera de los condenados y la ira de los guardianes, la locura que nos consumía a todos por dentro no era sino un reflejo de la existencia misma. Su rostro seguía reflejando una mueca burlona, en sus pensamientos se burlaba de mí, me veía como un fracasado, un demacrado espectro del pasado caído en desgracia que no podría arreglar los pecados del pasado ni redimirse, era uno de los míos, había salido del horno en el que vivíamos para traer más sufrimiento a este mísero mundo...-Ellas siguen vivas.- susurro la extraña criatura con todas sus vísceras cayendo a la hierba corrompida y mis manos se teñían de la mezcla mientras las tenía puestas en su ya fragmentado cráneo, corrí furioso hacía el corcel procedente de Rhonin y monte en el mientras las ardientes lágrimas recorrían mi rostro, no creía que en mi alma hubiera lugar para los sentimientos y sin embargo, puede que al haber observado frente a frente a la muerte, comprendiera el valor que tenía la vida. Desconocía que o quien había hecho eso al mercader, ni tan siquiera si el mercader se había sometido voluntariamente al poder de los dioses oscuros, pero quien fuera que se hubiera atrevido a enfrentarme iba a lamentarlo.

La ciudad lucía como una enorme hoguera en donde la muralla tan solo hacía que caerse a trozos, los afortunados y afortunadas junto con sus familiares y conocidos huían despavoridos de la ardiente fogata que tenía lugar mientras algunos guardias de Libuan que parecían haber desertado de su puesto se unían a estos grupos llenos de enfermos y heridos, observe a diversos ancianos cuyos brazos estaban recubiertos de pústulas y ancianas que los ayudaban a caminar, niños que lloraban a moco tendido mientras sus madres y padres los llevaban algunos en sus hombros y otros les pegaban para que dejasen de lloriquear,<<Los humanos no valoran la vida>> pensé para mis adentros mientras espoleaba a mi corcel para adentrarme en aquel infierno sobre la tierra ante las petrificadas miradas de los caídos en desgracia,<<espero que os aguarde un destino mejor que el mío>> les desee aunque no fuera algo harto difícil, las incansables y veloces oleadas de flechas y virotes caían sobre los cielos para precipitarse en tierra ante el miedo de mi montura, las techumbres de las casas de la antigua y gloriosa Libuan ardían víctimas del saqueo indiscriminado de los ladrones que aprovechaban la caótica situación para practicar el hurto, el asesinato y la violación, no vi a pocos robar y entrar en las casas a golpe de mazas, algunos portadores de las armaduras imperiales, símbolo del ejercito real, el que debía transmitir paz y mantener la seguridad en todos los territorios humanos, algo que al parecer se les olvido de inmediato a la mayoría. Me hallaba impotente ya que avanzaban en escuadrones de veintenas, ni tan siquiera yo actualmente podría vencerlos sin ello suponer mi prematura muerte, ellos al verme viajando raudo en aquella prisión ardiente se quedaban extasiados, pues les debía parecer una mera visión, mi aspecto de ultratumba les intimidaba y alguno de ellos incluso me disparaba con su ballesta, aunque poseían una puntería pésima posiblemente fruto de sus nervios a flor de piel, pocos eran los civiles que intentaban huir de aquel cruento escenario entre los callejones pues la mayoría de ellos se hallaban obstaculizados por los escombros y muchos de los desarmados solo tenían por opción esconderse y esperar a que transcurriera la batalla que tomara lugar y sobrevivir con algo de suerte. Observe mientras entraba en la plaza principal de la ciudad que en ella se hallaban multitud de estandartes, uno de ellos en la parte izquierda de la plaza, con un búho de pelaje gris y enormes ojos de color amarillo y blancos como la nieve sobre campo grisáceo, que contrastaba con el estandarte de la parte derecha con dos espadas ensangrentadas cruzadas en forma de X sobre campo negruzco, solo este segundo pertenecía a la monarquía autoritaria de Libuan...<< Una revolución>> pensé para mí mientras me distraje al instante al observar que en el centro de la plaza se hallaba una joven con vestido humilde con multitud de cortes en las faldas y el pecho mientras siete guardias hacían corro en torno a ella y la tiraban al suelo mientras ella trataba de agarrar la que debió ser su antigua espada, se había visto superada enormemente en número, los guardias la agarraban de brazos y piernas mientras los otros tres seguían cortando sus harapos dejando su cuerpo al descubierto entre sollozos desconsolados y juramentos sobre sus tumbas, cogí las riendas de mi corcel y acudí raudo y enfurecido como no recordaba en mi vida, tanto que empecé a sentir una débil llama en mi interior que se iba expandiendo y mis espadas comenzaban a arder sin control, el caballo comenzaba a sufrir a causa del calor y me tiró sin dejarme oportunidad para agarrarme a las riendas de nuevo. Debí caer a un cuarto de la plaza de distancia hasta la dantesca escena que mis ojos presenciaban, mi túnica había ardido y se había transformado en una nube de cenizas que me acompaño durante mi estrepitoso accidente, el corcel huyó hasta que le perdí la pista, mis dos espadas sin embargo se hallaban en mis manos, ardiendo como tan solo las observe aquella noche, los guardias se quedaron observándome mientras uno de ellos se hallaba haciendo sufrir a la joven cortando en su vientre con un cuchillo mientras se hallaba indefensa, desnuda y atada en una de las columnas que rodeaban a la gran fuente, estas eran de un mármol de la mejor calidad, tan brillante que quemaba a la vista a quien no estuviera acostumbrado, en esta plaza se habían sucedido reyes e hijos en el ejercicio del gobierno, y sin embargo, ahora tan solo se hallaban un grupo de enfermos y desquiciados insensibles tratando de violar en grupo a una inocente civil, o tanto como si fuera de su bando. Me rodearon los seis que se habían acercado lentamente a mi mientras los observaba fijamente a los ojos, lentamente los perdía de mis visión y sin embargo los sentía mejor que nunca, en aquel instante mi cuerpo prendió en su totalidad en llamas, el dolor me recorría azotándome sin piedad mientras chillaba y clamaba empuñando a mis dos hijas cuyos filos se hallaban al rojo, los soldados se hallaban murmurando expectantes y asustados, aterrados ante la visión de un pobre ser que había combustionado espontáneamente,-¡Desgraciados sin honor, luchad si os queda algún atisbo de honra, atreveos a acercaros tan siquiera!- Clamé con una voz que retumbaba en toda la plaza mientras me erguía dolorido y las llamas se apagaban lentamente, clave mi rodilla en el suelo y extendí mis dos espadas hacía el frente en posición dominante, suscitando que su bravura se opusiera a su terror. Los seis se acercaron corriendo extendiendo sus espadas gritando al aire y extendiendo a su vez sus escudos de débil acero, saltaron a una sobre mi elevándose en el aire, y no fue sino en aquel momento en el que mi cuerpo volvió a refulgir de nuevo con toda su fuerza, las llamas abrasaron y consumieron por completo a aquellos inútiles que ni tan siquiera pudieron gritar antes de ser devorados en un mar de fuego, el dolor que sufrí en aquel instante fue uno que sentía que me destrozaba por dentro, mis huesos clamaban piedad mientras que mi mente se fundía y mis ojos batallaban por poder ver más allá de la marea carmesí que formaba el amplio abanico de llamaradas, mis dedos se tambaleaban desquiciados y mis espadas cayeron al suelo, me sentía indefenso pues si tan solo uno de aquestos inútiles hubiera sobrevivido, eso tan solo habría bastado para acabar con mi vida en un instante, un golpe de espada rápido como una centella.

Y tan solo los chillidos de aquella joven fueron suficiente como para levantarme de mi letargo, el dolor se convirtió en ira y aquella sensación de cansancio que otrora dominaba mi mente se esfumaba para dejar paso al odio más visceral que se arremolinaba en mis ojos produciendo una mirada que daría miedo incluso al mismísimo dios, empuñe ambas espadas del suelo y avance tambaleándome hasta el centro de la plaza dejando tras de mí un rastro de sangre que se extendía hasta los límites del lugar, pareciendo este una piscina de sangre. La muchacha se hallaba desmayada pero aun así sufriendo las fantasías enfermas del soldado que se hallaba inmerso en su locura sin haber percibido la batalla que había tenido lugar hace unos minutos, este se dio la vuelta asustado, se hallaba con los quijotes bajados dejando al descubierto su miembro, me observaba atemorizado, se hallaba desarmado y con una mirada que emanaba temor, pero en mi corazón era incapaz de encontrar el más mínimo ápice de piedad, solté mis espadas y le agarre la cabeza por sus cabellos pelirrojos, lo eleve en el aire con fuerza tal que sospeche que si seguía así tal vez se los arrancase, lo cual hubiera sido bastante divertido, el desquiciado chillaba como un cerdo ante el sufrimiento y el miedo, lo lance contra el suelo de la plaza de cabeza y con ambas espadas realice múltiples cortes en su espalda atravesando la cota aun con todo, de los cortes brotaba sangre a borbotones y las espadas acentuaban esa sensación de dolor ya que estaban al rojo aun después de la batalla al menos en sus extremos. Corte las ataduras de la joven que cayo desplomada al suelo junto conmigo, me hallaba casi sin fuerzas, el corazón de aquel soldado había dejado de latir, había ganado, pero esta no era mi hora final, o al menos no según aquel extraño llamado Kyrizien. La chica tenía unos ojos azules y el pelo de color blanquecino, todavía por su rostro y su cuerpo se hallaban corriendo varias lágrimas y todo su abdomen se hallaba recubierto de cicatrices de latigazos y cortes, le di la vuelta y la espalda estaba aún peor, quemada casi en su totalidad, pensaba que iba a desmayarme, el dolor volvía a mí pero aun así ya no podía recuperar mi poder, este se había desvanecido y se había ido como las hojas de las copas de los árboles en otoño, sin embargo, oía algo extraño corriendo hacía aquí...

Era el corcel, regresaba pero con algo extraño, me observaba fijamente con una expresión de superioridad y complacencia, para posteriormente acercarse y girarse, gaste todas mis fuerzas restantes en subirnos a mí y a la joven en la majestuosa montura que, sin yo espolearla galopó dejando atrás la plaza cubierta por una espesa nube de cenizas procedente del castillo real y nos llevaba hacia la salida de la ciudad en la muralla por cuenta propia. La chica debía tener una fuerza inmensa, ninguno de aquellos asesinos tenía un solo látigo o fusta, debió haber sido torturada previamente y aun así poseía el espíritu de una luchadora, su ánimo era inmortal,<<esta joven es como yo, ha conocido a la muerte, aunque sea una muerte diferente>> pensé para mis adentros mientras pasábamos bajo el arco de la salida oeste de la ciudad los gemidos seguían saliendo de la ciudad y a nuestro alrededor se congregaban grupos de civiles aunque mucho más pequeños que los de la salida este, muchos debieron haber muerto, sin darme cuenta la joven me paso su fuerte brazo por mi cuello sin piel sin tan siquiera sorprenderse

Del extraño tacto, me acerco y me susurro -¿eres la muerte?- antes de desmayarse de nuevo, mis lágrimas cayeron en su rostro mientras nos adentrábamos en la espesura del bosque por medio de la carretera rumbo a Sacrynia en busca de la pequeña Cassandra, este no era sino el inicio de un viaje mucho más largo que solo acababa de comenzar, de aquello me di cuenta al observar que el sol comenzaba a elevarse, la mañana había llegado y el alba llenaba el tétrico bosque con su anaranjada luz. Algo me decía que esta muchacha sería mi compañera durante mucho, mucho tiempo..."

-Esta es mi historia Cassandra, estoy a tu servicio- Me dijo el caballero levantándose y arrodillándose,-¿Y la joven?- Pregunté preocupada por aquella pobre chiquilla o señora, pues desconocía su edad pero era de suponer que por sus fuerzas sería joven,-Descansando en mi tienda, no te preocupes Cass, solo está cansada, tardare algo pero le curare sus heridas.- Me comento Rioksas, me llamaba Cass aunque solo cuando quería tranquilizarme en según qué circunstancias,- Entiendo, en cuanto a ti Abaddon- Lo miré fijamente a los ojos mientras se levantaba de nuevo,- Más te vale ser de confianza, me da igual si eres un demonio o un humano.- Le dije ofreciéndole la mano firmemente y de forma confiada,-Lo mismo digo, gracias por los servicios Rioksas.-proclamó mientras me aceptaba el apretón y sonreía, no parecía una persona con una historia tan sufrida, aunque si parecía un caballero que me ayudaría en mi redención,- Ve a presentarte, seguro que se alegra de conversar con otra chica.- Me dijo el anciano señalando la tienda.

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