II

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*Tres semanas despues*

Su mente divagaba entre la vigilia y la hambrienta oscuridad que poco a poco la consumía, rasgando los pocos trazos de luz que veía en ese túnel eterno.

No tenía noción del tiempo. Era la nada misma. Oscuridad.

¿Existía siquiera? No podía saberlo, tan solo se aventuraba en aquel recorrido abrumador y solitario, sin sentir, sin ver, sin nada. Solo su mente en esa monstruosa oscuridad.

Lentamente, los rayos plateados fueron borroneándose, en forma elíptica, dibujando formas a su alrededor.

Se sintió extraña. Viva. ¿Pero qué era eso? Solo podía pensar en la sensación del aire aleteando por sus fosas nasales, que hacía que su pecho subiera y bajara rítmicamente.

De repente, algo se abrió dentro de ella. Una fuerza extraña cedió ante una involuntaria y pudo ver.

Luz y sombras. Blanco. Negro.

Veía una superficie completamente blanca sobre ella, y una curiosa esfera que parecía brillar en él. La esfera irradiaba algún tipo de energía desconocida y que hacía que sus ojos parpadearan cuando la observaba con atención.

Absorvió más aire, abriendo ligeramente sus labios y sintiendo cada parte de su cuerpo. Era extraño, como si todo lo que era ahora hubiera estado desparramado y alguien lo hubiera unido, como las piezas de un robot.

Su mente estaba en blanco. Sin saber qué pensar. No conocía las palabras. Ni emociones. Tampoco los colores. Solo podía sentir el aire que galopaba con fuerza en sus pulmones recién estrenados.

Se limitó a observar, tragando la curiosidad.

Movió sus ojos por el techo blanco, absorta en la combinación de luz y sombras. Los ojos comenzaron a arderle, y su cuerpo decidió por ella, enviando un rápido parpadeo.

Ese sencillo movimiento, hizo que la gravedad cayera en picada sobre ella, obligándola a sentir el peso de sus largas extremidades.

Movió sus ojos hasta abajo, hasta su larga figura. Pudo ver formas raras y extremidades desconocidas conectadas entre si, formando su cuerpo.

Pies.

No supo qué hizo, ya que bastó con intentar un vez y sus pies le respondieron con una sacudida hacia la derecha. Intentó otra vez, hacia la izquierda, y ellos, obedientes, cumplieron la orden dada.

Miró sus piernas delgadas. Las movió, una por una. Evaluándolas.

Recorrió su abdomen desnudo, muerta de curiosidad.

Se incorporó, apoyando las manos sobre el colchón y sentándose con cuidado. Sintiéndose exhausta por el esfuerzo, todavía no tenía fuerzas para controlar su propio peso.

Sus manos se movieron, temblorosas y cuidadosas, tocando su piel. Conociéndose.

Tanteó sus piernas y su abdomen, sintiendo la sueve piel y el relieve de algunos anaranjados lunares. Tocó su rostro, la curvatura de su nariz, las mejillas pecosas, las orejas, sus labios, dientes y lengua. Y, por último, el cabello corto y rizado que acariciaba sus hombros. Tiró de un mechón con fuerza, sin saber que podría dolerle, pero, como estaba palneado, no sintió dolor alguno. Ni siquiera un cosquilleo. Nada.

Observó sus manos, pálidas y esqueléticas, con uñas frágiles y blancas.

Su cuerpo le rogó incorporarse.

Con las manos, se empujó hacia arriba. Extrajo las piernas del colchón y las extendió, apoyando sus pies en el helado suelo.

Con lentitud fue soltando la suave superficie que la mentenía en pie.

Ojos BlancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora