No puede ser cierto

816 102 24
                                    

No puede ser cierto

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No puede ser cierto

Los árboles se deshacían en verde estela fuera el cristal del coche. Ardith contemplaba maravillada el paisaje. Todo le resultaba tan distinto, irreconocible, mientras recorrían los rupestres parajes del centro del país, su adorada Alemania... su región de Harz. Y es que todo tenía que estar cambiado. Lógicamente, luego de cuatro siglos de ausencia, una ausencia forzada, el mundo ya no era esa madeja guerras, religión y superstición -o todas ellas juntas y alborotadas- que era en la época medieval alta. La época en la que nació, vivió, se enamoró y volvió a nacer... como vampiro.

De vez en cuando daba apretones a la mano de su esposo, Edmund, quien tenía que recordarle que la fuerza de sus emociones no era ya tan imperceptible sobre sus dedos, como cuando era una doncella. Entre risas, el apuesto conde, sacudía su mano sintiendo la presión en sus articulaciones.

A ambos lados de la carretera, se levantaban múltiples edificaciones. Sajonia ya no existía y aquellos bosques poblados de vegetación y animales salvajes, ahora eran el hogar de cientos de familias y las casas, paradores y tiendas se erigían intermitentemente a lo largo del serpenteante camino.

—Ya pronto llegaremos a Goslar. Allí tomaremos el tren que nos llevará directo a la cordillera del Harz— Edmund señalaba un letrero de madera a un extremo de la calle.

—¡Estoy tan emocionada Edmund! ¡Ansío volver a casa y contemplar el Brocken desde mi ventana!— Ardith cerró por unos instantes sus ojos y sonrió mientras hurgaba en sus memorias, memorias que dormitaban desde hacía cuatro siglos atrás, de aquella vida feliz junto a su padre y su nana, su adorada Orla.

Toda vez se adentraban región adentro y el terreno se hacía menos llano, la distancia entre las casas se hacía más notable. Los parches de bosque y las arboledas ahora predominaban en el paisaje. La joven condesa, contemplaba absorta, mientras suspiraba, la belleza del campo que ya comenzaba a reconocer. A lo lejos, sobre las cúpulas de los abetos y pinos, se asomaban los escarpados picos que eran característicos del lugar. Eso era algo que nada podría cambiar.

Sus ojos se posaban nuevamente en la carretera donde el intenso verde de la foresta parecía escurrirse como acuarela en movimiento. Fue cuando de momento, entre el follaje, se dibujó una silueta que pareció reconocer. Horrorizada pudo distinguir esa forma femenina y hermosa, vestida de blanco y de cabellos negros, imposible de confundir.

—¡Leila! ¡No puede ser Edmund! ¡Allí... allí está Leila!— gritó aterrada la vampiresa.

—¡Eso es imposible! ¿Estás segura?— Edmund abrió sus ojos enormes para mirar a su mujer que palidecía aún más de lo que permitía su naturaleza.

—¡Te lo juro! Estaba allí parada a la orilla de la carretera—, ella insistía mientras señalaba al camino que recién dejaban atrás.

—Getro, detén el auto—, ordenó el conde al chofer, quien orillándose en el camino, presto obedeció. —Voy a salir a investigar.

Ardith miraba temblorosa desde adentro del carro a su esposo, que abandonaba la carretera para adentrarse en el bosque. Entre sus manos apretaba el rosario que siempre cargaba con ella, más como un recuerdo de su madre que por convicción, pidiéndole a un Dios que hacía mucho tiempo la había tachado del libro de la vida, que lo avistado fuese una mala jugada de su imaginación.

—Creo que el señor se arriesga al caminar bosque adentro—, le comentó Getro a Ardith. —En estos lares aún existen criaturas indómitas y peligrosas— añadió.

—Sí, lo se... pero ninguna tan mortal como Leila Von Dorcha—, ella terminó diciendo en un murmullo ininteligible que se anudaba en su garganta.

Vindicta (Lista corta Watty's 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora