¿No te lo dije? El dulce sabor del licor no arrancaría la tristeza, no te regresaría los malos momentos ni te haría revivir los buenos, solo te tenía ahí, atontada preguntandole a los que te rodeaban:

¿a los cuantos estornudos se te sale el alma?

Y reías y reías mientras ellos no entendían, ¿qué tenía eso de gracioso? ¿era el efecto de la bebida? El calor aumentaba así como otras veces y para ti era sencillo, era reconfortante sentirte fuera de contexto, sentir que tus piernas dejaban de tocar el suelo, era esa la sensación de peligro que tanto te atraía.

No, no, para nada, ellos no entendían que no te reías ni de las almas, ni de los estornudos sino de tu propia vida, de todos esos bajones, de los tropezones y las desagradables caídas y dime, ¿por qué lo hacías? ¿por qué tanta risa?

¿No te lo dije? Que pronto esas lágrimas se convertirían en sonrisas, que nadie vendría a sonreír por ti, que tú sola podías. Pero lo comprendías unicamente cuando bebías, cuando la sensación ardiente del líquido pasaba por tu garganta, cuando los pensamientos se te nublaban y tú sola te aturdías.

Pero al pasar el efecto, duda tras duda persistía, volvías a darle mil vueltas y a recordar las sonrisas, los buenos momentos y las tiernas regalías.

¿ A los cuantos estornudos se te sale el alma?
Ni tu misma lo sabías y en tu sobriedad por encontrar la respuesta nunca insistías. Supongo que el miedo es más intenso que las respuestas, que no importa que tan testaruda ni valiente te muestres mientras no tengas en claro que es lo que intentas.

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