Capítulo 15: Antes de la tormenta. (1/2)

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—Para mi biológica.

Asentí. Diego me había comentado que aquella era la forma en que él se refería a su madre biológica, no me lo había aclarado muy bien, pero me parecía que Alejandro no la quería, por lo tanto creía que no merecía el calificativo de madre.

—Perdón—dije, y apoyé una mano en el suelo, dispuesta a levantarme e irme.

—Qué importa—contestó. —si ya lo sabes.

Lo poco que me había levantado me volví a sentar a su lado. Permanecí mirándolo un rato, preguntándome porque estaba tan calmado, tan accesible.

—¿Por qué lo haces? —insistí. —¿Por qué escribes sobre ella?

Quería saber si servía para algo, aquello era algo que yo no había intentado, escribir para alguien que ya no estaba, dirigirme a personas que jamás escucharían nada de lo que les decía. Quizá con Alex era distinto, su madre si podría escucharlo, aunque no había querido hacerlo durante toda su vida.

—No sé—comentó, mirándome con una expresión de completa derrota —, se siente de la chingada saber que no te quisieron. Tengo que decírselo a alguien.

Desvié la mirada de prisa, lejos del alcance de sus inquisitivos ojos verdes. Las palabras de Alejandro siempre eran como puñales a mi alma, pero era mi culpa, sabía que no debía preguntar, lo sabía, y aun así lo había hecho. Y ahora tenía esas ganas inmensas de llorar, las lágrimas pesaban detrás de mis ojos, quemaban como el infierno. Yo siempre estaba a punto del llanto. A veces estaba bien, muy bien, estaba animada, feliz e inspirada pero hacía falta solo una pequeña ráfaga de viento en la dirección equivocada para hacerme romper en llanto. Cualquier escena, palabra, o cosa, me hacía recordar y sentirme mal.

En ocasiones Alex decía algo, o tenía una cierta mirada, cosas que yo reconocía en mí misma, como en ese momento, que me hacían sentir expuesta en su compañía, era como si él pudiera verlo todo, más incluso que Diego.

—Ya me voy —dije, y de un brinco me puse de pie —sólo venía para preguntarte si puedes ir a buscar a Diego, se quedó en el parque y necesita ayuda para traer todo de vuelta.

Alejandro me miró, se puso de pie y quedó justo frente a mí.

—No lo dejes solo. —comentó.

Fruncí el ceño, a veces lo comprendía, como había ocurrido un segundo antes, y a veces no.

—Por eso te pido que vayas a ayudarle—contesté.

—Ya voy —comentó en un murmullo.

Al llegar a mi habitación, caí rendida en la cama, me sumergí tan rápido en los sueños que ni siquiera me molesté en cambiarme de ropa. Fue Diego el que más tarde apareció, me quitó los zapatos y la chamarra de mezclilla que tenía puesta. Se sentó a mi lado.

—Ingrid—susurró.

Yo me revolví entre la sabana, molesta. Estaba tan cansada.

—Ey—insistió, al tiempo que me apartaba el cabello de la cara—tengo una buena noticia.

Luego de un gruñido de resignación por fin abrí los ojos, ahora con una pizca de alegría por escuchar sus palabras. Hacia tantos días que no nos pasaba nada bueno, aparte de la venta del cuadro, que necesitaba oírlo. Ser estudiante, y sin dinero, era más duro de lo que me había esperado.

—¿Qué es? —Pregunté, y me abrace a sus piernas —Cuéntame.

—Bueno, —comentó Diego, aun acariciándome la cabeza —me llamó mamá hace rato, la mamá de Alejandro —me aclaró, él siempre tenía la amabilidad de explicarme a quien se refería, pues aunque las diferenciaba llamándolas mamá o madre, yo no sabía quién era quién —Es su cumpleaños el sábado, va hacer una fiesta y quiere que Alex y yo vayamos.

Sueños de tinta y papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora